Los curas vascos fusilados por Franco, olvidados por la Alta Curia. El monstruoso fascismo y racismo españoles de cierta Jerarquía acitosamente hipócrita.
"¿Nosotros somos nadie o qué?
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Familiares de los curas vascos fusilados por Franco claman contra el olvido.
MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO - Zeanuri (Vizcaya) - 27/10/2007
Los escasos familiares que aún viven de los sacerdotes vascos fusilados por las tropas de Franco en 1936 claman contra la desmemoria. Hermanos y sobrinos de dos de estos religiosos lamentan el silencio y la politización de la ceremonia de beatificación de los mártires del llamado bando nacional, mañana domingo, en Roma.
En casa de los Sagarna Uriarte no se ha dejado de hablar ni un solo día de la muerte de José, a los 24 años, el 20 de octubre de 1936. Ni sus dos hermanos supervivientes, Vicenta, de 85 años, y Fidel, sacerdote, de 83, ni sus sobrinas Merche o Izaskun pasan día sin nombrarlo. Zeanuri, la localidad de la Vizcaya profunda donde viven, verá este domingo elevar a los altares a dos lugareños. Sobre la figura de otro de ellos, el sacerdote José, se abate el silencio. Es uno de los 16 religiosos vascos asesinados en los primeros meses de la guerra civil, otra más de las víctimas silenciadas.
"¿Nosotros somos nadie o qué?", clama con rabia la matriarca Vicenta. "La sangre no es agua, por eso sentimos mucha impotencia ante la ceremonia del Vaticano. ¿Y los nuestros? No estoy en contra de nadie, pero aún no nos han pedido perdón", se queja.
José Sagarna Uriarte llevaba un año ordenado cuando un asunto privado le granjeó la inquina de un prócer de Berriatúa, en cuya parroquia era auxiliar. "Al parecer, un señor importante tenía relaciones extramatrimoniales y mi tío denunció esa conducta como impropia en el sermón, sin nombrarlo. El hombre le delató a las tropas franquistas" , cuenta su sobrina Izaskun, alcaldesa del PNV de Zeanuri.
El joven José fue hecho preso en la parroquia, maniatado con dos cuerdas que aún conserva la familia como reliquia, y ejecutado junto a un manzano en el monte, en Amalloa. Minutos antes, el capellán que le confesó había dicho a los soldados que estaba libre de pecado. "El monaguillo vio cómo traían el cuerpo desangrado en una camioneta, y cómo lo enterraban, vestido, con los borceguíes puestos, en la tierra del cementerio de Larruskain, su anterior parroquia. Sin caja, como un perro", prosigue Vicenta.
La lápida de piedra colocada sobre el túmulo de restos es lugar de peregrinación de la familia Sagarna, pero también de Juan Zabala, el monaguillo de José, hoy con 81 años. "Juan se encargó de indicar con una estaca el lugar donde fue asesinado; cuando se caía o pudría, ponía otra", recuerda Vicenta Sagarna. Desde hace 20 años, una cruz de piedra recuerda el suceso.
Unos por nacionalistas, otros por encontrarse en el lugar inadecuado, los 16 sacerdotes vascos asesinados por Franco no fueron las únicas víctimas religiosas del bando rojo. También hubo decenas de exiliados: unos 200 vascos, el navarro Marino Ayerra o el andaluz Gallegos Rocafull, por ejemplo. "A unos los buscaban porque se habían significado como nacionalistas o como partidarios del gobierno legal; a otros, como a Sagarna, se los encontraron" , resume el historiador Iñaki Goiogana, de la Fundación Sabino Arana. "Entre los fusilados había figuras preclaras del nacionalismo o el vasquismo, como José Ariztimuño, Aitzol, activista y renovador de la lengua y la cultura vascas".
La cripta del cementerio de Hernani, en la que aún cuelgan las lápidas con el nombre de algunos de los muertos, ha sido objeto de investigación por parte de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. El historiador Iñaki Egaña confirma que allí mismo fue asesinado el grupo más numeroso: nueve sacerdotes (otros cinco murieron en Oyarzun). "No sabemos qué ha pasado con los restos. Puede que vaciaran la cripta en época de Franco, o que llevaran los despojos al Valle de los Caídos", explica.
Celestino Onaindía fue ejecutado el 28 de octubre de 1936 allí, en Hernani. Triste paradoja: el mismo día, 71 años después, la jerarquía celebra la beatificación de otros muertos como él. Su sobrina Miren Onaindía, de 74 años, reivindica su figura: "Apenas lo traté, pero en casa siempre se ha hablado del tío Celestino, el que mataron los franquistas. Tenía 38 años y volvía de oficiar un entierro. Le esposaron y llevaron a la cárcel de Ondarreta, donde estuvo ocho días. Le fusilaron sin juicio, sólo por ser un sacerdote vasco; la orden de ejecución apareció después en un archivo de Galicia. Murió entonando un Tedeum bajo las balas".
Celestino era hermano de Alberto Onaindía, el padre Olasso, figura clave en la iglesia nacionalista vasca. "Por ser sobrinos de Alberto nos quitaron el pasaporte a todos. Hemos estado en el exilio, así que para nosotros no es algo tan lejano. Durante años nadie pudo decir nada. Incluso para hacernos llegar su breviario hubo gente que se jugó el tipo", remata Miren. El breviario, marcado por la página del 28 de octubre -día de la ejecución-, está en poder de la sobrina. También el cáliz con que oficiaba, que hoy se utiliza en las misas de una residencia de ancianos de Getxo.
"Soy creyente católica, y me resbalan los fastos del domingo. Me parece todo muy político, pero fundamentalmente me molesta el silencio de la Iglesia vasca. No tengo nada en contra de los que van a beatificar, pero no está nada bien que los nombres de nuestros fusilados no hayan aparecido nunca en el Boletín Diocesano. La jerarquía de Madrid debería pedir perdón por lo que hicieron", protesta Miren Onaindía.
El historiador Hilari Raguer, de la abadía de Montserrat (Barcelona), es uno de los máximos expertos en la Iglesia de la guerra civil y el franquismo. "He visto los archivos secretos vaticanos, recientemente abiertos a los investigadores. Pues bien, en el fondo Antoniutti están las listas de sacerdotes represaliados" , confirma. Hildebrando Antoniutti fue enviado por Pío XI a Euskadi para proteger al clero. Como dijo este pontífice durante la guerra civil, "en la España de Franco se fusila a los sacerdotes igual que en la zona republicana" , recuerda Raguer. Siete décadas después, su sucesor en la silla de Pedro sólo ve mártires a un lado de la historia.
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http://www.deia. com/es/impresa/ 2007/10/27/ bizkaia/politika /412115.php
la memoria selectiva de la jerarquía de la iglesia > Mártires buenos, mártires malos El bando sublevado asesinó en 1936 a 16 religiosos vascos, pero no figuran en la lista de 468 beatos de la Guerra. Nekane Lauzirika Bilbao La jerarquía de la Iglesia Católica Española vivirá uno de sus mayores momentos de gloria el domingo, con la beatificación de 498 mártires, obispos, curas, religiosos y seminaristas, asesinados durante la Guerra Civil (incivil) de 1936.
Siendo como fue una Guerra Civil, con asesinatos, represión y represalias por ambos bandos, más que el número excepcionalmente elevado, lo llamativo es que todos sean víctimas provocadas por los republicanos; entre estos futuros beatos no hay ni uno solo de los ejecutados o asesinados por orden de los franquistas, que también los hubo, aunque los jerarcas católicos los tengan trasmemoriados. Son sus mártires, los buenos, frente a los no reconocidos, los otros mártires, mártires malos.
El acto de beatificación de mañana domingo, previamente pensado para realizarse de modo discreto en la Basílica de San Pablo Extramuros ante sólo 25.000 fieles, se ha macrodimensionado por presión de la jerarquía católica española hasta ser transformado en un acto a celebrar en la plaza de San Pedro ante cientos de miles o más de un millón de personas, incluso con la asistencia del propio Papa Benedicto XVI, que siendo cardenal había dicho que no asistiría a actos de beatificación, considerados en el Vaticano actos más locales que las canonizaciones.
Habrá quienes leyéndolo en clave de política interna española, pensarán que ésta es una contraofensiva frente a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica. "Pudiera ser que los últimos remates de boato sí tuvieran algo que ver, pero el transfondo de la historia viene de mucho más lejos y tiene vida propia desde hace bastantes décadas. De hecho, en 1987 se produjo ya la primera beatificación de un religioso fusilado en el bando republicano. Y en todo caso, la Iglesia del poder nacional-catolicist a desde siempre, desde 1936, ha ensalzado a estos mártires religiosos, pero tan sólo a los fusilados por los republicanos. Otra cosa es que la Iglesia Vaticana no asumiera los ensalzamientos con un sesgo franquista y de un momento en el cual Franco recibió ayuda de dos dictadores como Mussolini y Hitler", explica José Manuel Zabala y Salegui, hermano de Juan, capellán de gudaris e historiador.
Durante décadas, ni Pío XII, ni Juan XIII, ni Pablo VI se prestaron a dar el visto bueno a esas causas de beatificación, pero la llegada de Juan Pablo II a la tiara de San Pedro abrió todas las espitas y desde entonces el Estado español se ha convertido en el país martirial por excelencia, a partir de la opinión que sostiene la jerarquia católica española actual de que entre 1936-1939 en el Estado español se produjo la mayor persecución religiosa jamás conocida en la historia.
Por otra parte, es bastante evidente que el golpe de efecto se busca también en unos momentos donde los templos se vacían de manera progresiva, poniendo más de manifiesto que la jerarquía más que fieles busca boato. Y en este rango utiliza la historia, pero de manera muy selectiva. "No es oportuno que se haya llevado adelante el proceso de beatificación de los mártires de la Cruzada; la Iglesia tendría que estar comprometida en la reconcialiació n y propiciar gestos que favorezcan este objetivo, criticando los que lo dificulten. Las beatificaciones de mañana hacen mucho daño entre los católicos", reconoce Jose Manuel Zabala y Salegui.
beligerantes Entre los futuros próximos beatos se halla el obispo de Cuenca, Cruz Laplana y Laguna. Ciertamente fue asesinado y como tal es mártir, pero es evidente que desde el mismo 14 de abril de 1931 había dedicado todos sus esfuerzos tanto de prédica como económicos para que aquella República fracasara, poniéndose desde el primer momento a favor del levantamiento militar fascista de Franco. "Era evidentemente obispo, pero al mismo tiempo claramente beligerante y activista profascista. Cabe preguntarse si ahora le beatifican por ser obispo mártir o por haber sido aliado de los vencedores franquistas" , dice Zabala y Salegui.
Estas mismas preguntas, pero en imagen especular, podemos hacernos sobre otros ciudadanos que no merecen tal honor por el hecho de no haber sido curas ni religiosos. Pero en lo que más cerca nos toca, en Euskadi, al hacer la comparación, nos encontramos con que la discriminació n junto con la memoria selectiva de la jerarquia eclesiástica es aún más palmaria.
"Es bien conocido que en los primeros meses del levantamiento militar franquista, tras la fulminante ocupación militar de Gipuzkoa por el General Mola, fueron fusilados dieciséis sacerdotes vascos. Y fueron fusilados por vascos, por ser nacionalistas vascos, por ser sacerdotes nacionalistas vascos, bien por separado o por todo ello junto a la vez, pero fueron fusilados, asesinados vilmente, tan sólo por sus ideas. Y fueron asesinados sabiéndose lo que se hacía, porque se les obligó a vestirse de seglar para ser ejecutados de noche, con alevosía y premeditación" , recalca el historiador Iñaki Goiogana, archivero del Museo del Nacionalismo Vasco en Artea.
Las ejecuciones no se sucedieron, porque las contradicciones que generaban tales asesinatos dentro de la propia jerarquía católica obligaron a que el cardenal Gomá interviniera ante el mismísimo Franco para que tales ejecuciones, injustas ejecuciones de represalia, cesaran. Y cesaron los fusilamientos y asesinatos de sacerdotes vascos, pero no así las represalias, las torturas y los encarcelamientos, que se mantendrían durante décadas sobre el clero vasco. "También queda de manifiesto la posición desmemoriada, discriminatoria y hasta selectivamente sectaria de la jerarquía católica española de entonces, cuando no tuvo el mismo rasgo de generosidad para pedir que no se fusilara a seglares católicos inocentes. Al parecer, la actual jerarquía también se ha olvidado de éstos", subraya Iñaki Goiogana.
antes española Frente a esta contradicción de una jerarquía que es antes española que católica (universal), la respuesta de sus portavoces va siempre en el mismo camino: que los curas vascos no fueron fusilados por ser sacerdotes católicos, sino por ser activistas nacionalistas vascos, en opinión sostenida por el portavoz de la Conferencia episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez Campos.
Aparte de ser un hecho difícil de probar, porque ningún cura podía ser afiliado del entonces Partido Nacionalista Vasco, la verdad es que algunos de los que decidieron su liquidación sabían muy bien que "el factor religioso" era determinante en aquella contienda, y como tal había que eliminarlo para que no se pudiera aducir que en la zona republicana era posible practicar en libertad la religión católica. Por supuesto, eliminar a altavoces que desde los púlpitos hablaban de los sentimientos del pueblo era también otra finalidad de su fusilamiento. "La desmemoria de los obispos es palpable cuando a esos sacerdotes no se les reconoce la categoría de martirizados. La discriminació n hacia los religiosos asesinados por orden del bando sublevado es escandalosa, aunque la jerarquía se intente lavar las manos justificando lo insustificable" , asegura Juan Zabala y Salegui.
También se aduce desde la cúpula católica española que, siguiendo el código canónico, es imposible hacer nada porque nadie ha iniciado aún causa alguna a favor de la posible beatificación de estos 16 vascos fusilados, de modo que su memoria hasta ahora queda restringida a un dato de archivo.
Si la ceremonia del domingo, calificada por algunos católicos críticos con la jerarquía católica también como "un viaje de 50 años entre los altares y la desmemoria", fuese el punto final de un proceso que permitiera una memoria serena para la reconciliació n de aquel periodo convulso y hasta truculento, bien estaría; pero es casi seguro que esta beatificación no sea sino el preludio de otras 863 ya en camino y de otras muchas miles más que están dispuestos a impulsar, siempre excluyendo a aquellos que no fueron de su bando.
tomando partido La posición de la Iglesia podría ser incluso más respetable si la jerarquía de aquel momento no hubiera tomado partido de manera casi total por los sublevados. De tal manera que, aceptando que la Iglesia sufrió represión, no es menos cierto que tuvo parte de culpa y no fue ajena a los asesinatos franquistas y en buena medida, según los historiadores, entre ellos Goiogana, alentó, justificó y dio cobertura ideológica (y más) a la dictadura.
"Está en los archivos y en los libros de texto que así fue. Si la curia católica española, elevándose por encima de su propio posicionamiento coyuntural en 1936, fuera capaz de asumir su parte de culpa y reconocer a otros mártires que no fueran los suyos, no cabe duda de que por parte de todos, católicos o no, habría un reconocimiento total también de estos mártires buenos que ellos llevan ahora a los altares. Porque de no ser así, para muchos ciudadanos, católicos incluidos, y muy en especial católicos vascos, que sí guardan en su memoria a los 16 sacerdotes fusilados, estos procesos masivos de beatificación se ven más como un folclore masivo de propaganda partidista que como un acto religioso de ensalzamiento a los altares", concluye el responsable del Archivo del Nacionalismo Vasco en Artea.
"Fueron fusilados por vascos, por ser nacionalistas vascos y por ser curas vascos"
"Se les asesinó sabiéndose lo que se hacía, porque se les obligó a ir de seglar"
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http://www.elplural .com/politica/ detail.php? id=11280
http://www.euskomed ia.org/aunamendi /85835?idi= eu
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http://www.derechos .org/nizkor/ espana/doc/ lekuona.html
06may07
El recuerdo de los curas vascos fusilados por los franquistas golpea en la desmemoria de la Iglesia
No fueron los únicos religiosos ejecutados por el bando nacional durante la Guerra Civil, pero constituyen un grupo nítidamente identificable. El recuerdo de los 16 curas vascos que en 1936 fusilaron los franquistas resuena setenta años después y golpea en las desmemorias de la Iglesia de la que formaron parte, que los ha relegado al olvido y parece preferir que un velo cubra su recuerdo.
Hoy sabemos que el Papa se quejó a Franco por "la ejecución de sacerdotes católicos"
El recuerdo de los curas vascos fusilados por los franquistas golpea en la desmemoria de la Iglesia
Los primeros en morir fueron Martín de Lekuona y Gervasio de Albizu, que eran vicarios en la parroquia de Rentería (Guipúzcoa) y que fueron fusilados el 8 de octubre de 1936. El mes anterior las tropas de los generales alzados habían ocupado casi toda Guipúzcoa y llegaba la hora de la represión de las izquierdas y de los nacionalistas. Las convicciones religiosas, que se decía legitimaban la sublevación militar, quedaban en el segundo plano. De ahí que las represalias incluyesen a sacerdotes vascos, de filiación nacionalista y hondas actitudes religiosas. Así describía el escritor José Arteche a uno de los ejecutados: "Don Martín de Lecuona era el sacerdote cuya manera de ser más me sugería el ideal del ángel".
Murieron después los siguientes: el cura y escritor José de Ariztimuño (Aitzol), Alejandro de Mendikute y José Adarraga, ejecutados en Hernani el 17 de octubre de 1936. El 24 de octubre fue fusilado en el cementerio de Oiartzun José de Arin, arcipreste de Mondragón. Ese mismo día se ejecutó a José Iturri Castillo, párroco de Marín, así como a los también sacerdotes Aniceto de Eguren, José de Markiegi, Leonardo de Guridi y José Sagarna. El 27, a José Peñaga-rikano, vicario de Markina. Celestino de Onaindía, cura auxiliar de Elgoibar, fue fusilado el día siguiente. Se sabe también que ese mismo mes fueron fusilados los padres Lupo, Otano y Román; el último era el superior del convento de los carmelitas de Amorebieta.
El número de sacerdotes fusilados, las fechas y lugares de las ejecuciones y la coyuntura política y militar en que se produjeron confirman que estas actuaciones del bando franquista no constituyeron incidentes aislados. Fueron iniciativas con un determinado sentido, reprimir a quienes defendían la legitimidad republicana, sin que para esta práctica del terror fuese impedimento que el encausado fuese religioso. No puede descartarse que tal condición constituyera causa o agravante, en un momento en que, por el apoyo decidido de la Iglesia a la sublevación, el bando franquista desplegaría su inquina contra los curas que se oponían a la rebelión. Téngase en cuenta que era el momento en el que desde la Iglesia se gestaba la idea de la Cruzada para referirse a la sublevación, pero sin que quizás se hubieran deducido aún las consecuencias que tal símbolo implicaba o sin que se hubiesen transmitido eficazmente.
Resulta obvio -todos los datos lo corroboran- que sufrieron represalias por sus creencias políticas, no por alguna suerte de actividad armada, pues no era este el papel que les adjudicó el País Vasco fiel a la República, sino el que se ceñía a la asistencia espiritual. La Iglesia no pudo alegar nunca desconocimiento sobre estos hechos. El embajador de Estados Unidos en España durante la guerra civil, Claude Bowers, los denunció en su libro Misión en España, 1933-1939, que señalaba que "esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis estaban luchando para salvar a la religión cristiana del comunismo". Y daba datos suficientes para comprobar que la jerarquía eclesiástica española sabía de estas ejecuciones. En enero de 1937 el cardenal Gomá se dirigía por carta al presidente del Gobierno vasco, José Antonio Aguirre, que el 22 de diciembre había expresado su asombro por la pasividad de
la Iglesia ante el fusilamiento de los curas vascos. Admitía que se había producido, pues aseguraba que la jerarquía eclesiástica no se había callado en este asunto, pero que su protesta había sido discreta, por considerarlo así más eficaz. Reconocía el hecho y su gravedad... y justificaba que la Iglesia participase en la ocultación.
Hoy sabemos también que en diciembre de 1936 un telegrama del Papa se quejó a Franco por "la ejecución de sacerdotes vascos católicos", en respuesta a protestas de aquel, que pedía que la Iglesia se implicase más en el apoyo a la sublevación. Ninguna duda hay, por tanto, de que las más altas instancias eclesiásticas, incluyendo el pontífice, estaban al tanto de lo que había sucedido en Guipúzcoa, ni de la actitud del bando franquista respecto a los religiosos que no participaban de sus ideas políticas.
La Iglesia, que sostuvo la idea de Cruzada Nacional para legitimar la sublevación militar, fue beligerante durante la Guerra Civil, aun a costa de relegar a algunos de sus miembros. Sigue siendo beligerante, en su insólita respuesta a la Ley de Memoria Histórica, acudiendo a la beatificación de 498 "mártires" de la Guerra Civil. Entre ellos no se cuentan los sacerdotes ejecutados por el ejército de Franco. Sigue siendo una Iglesia incapaz de superar sus posiciones de parte, de hace 70 años, y dispuesta a que tal pasado nos persiga siempre. En este uso político de reconocimientos religiosos se percibe su indignación por la reparación a las víctimas del franquismo. Los criterios selectivos sobre los religiosos que militaron en sus filas resultan difíciles de comprender. ¿Los sacerdotes que fueron víctimas de los republicanos son "mártires que murieron perdonando" y los que fueron ejecutados por los franquistas los olvida la Iglesia? Esta actitud brutal, que quiere además
aprovechar el acto para una gran peregrinación de resonancias públicas, señala quizás la incapacidad de la Iglesia española para superar sus rencores del pasado.
El guipuzcoano José de Arteche, en su libro El abrazo de los muertos, de 1956, escribía: "Los hombres de mi generación no tienen remedio; nadie dice que hay que rectificar. Nadie dice que hay que pedir perdón. Uno llega a la conclusión de que en España no se reza el Padre Nuestro".
Mateo Múgica Cuando supo que habían ejecutado al cura José Joaquín Arín, sin formación de causa, Mateo Múgica, obispo de Vitoria, concluyó: "Mejor habrían hecho Franco y sus soldados besando los pies de este venerable sacerdote que fusilándole". La trayectoria del prelado, cuya diócesis incluía Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, ilustra sobre las dificultades del franquismo con la Iglesia vasca y los recelos que la dictadura suscitaría en un clero mayoritariamente nacionalista. No lo era Mateo Múgica, sino monárquico. Natural de Idiazabal (Guipúzcoa) y obispo de Vitoria desde 1928, fue desterrado en mayo de 1931 por sus reticencias públicas respecto a la República. Volvió dos años después.
Apoyó en un principio la sublevación militar, exigiendo que los católicos no cooperaran "ni mucho ni poco, ni directa ni indirectamente, al quebranto del ejército español". Suscribió pues la instrucción episcopal Non licet, con la prohibición formal a los católicos de adherirse a la República.
Los excesos y brutalidades de los sublevados y su actuación en la diócesis vasca, le hizo cambiar pronto de opinión. En octubre elevaba sus protestas a la Santa Sede, informando de que en su diócesis los creyentes estaban siendo "injustamente perseguidos, vejados, castigados, expoliados por los representantes y propagandistas del Movimiento Nacional". En 1937 fue enviado de nuevo al destierro, esta vez por orden de los militares franquistas. Se negó a firmar la Carta colectiva de los obispos españoles por la que apoyaban al bando sublevado. Denunció entonces que en su diócesis se había perseguido a "nutridísimas filas de cristianos fervorosos y de sacerdotes ejemplares". No pudo regresar a España hasta 1947. Se instaló en Zarautz (Guipúzcoa), donde vivió, ya ciego, hasta 1968. Murió a los 98 años.
[Fuente: El País, Madrid, 06may07. Manuel Montero es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.]
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"El món va cap a una cada cop més gran integració econòmica (...) El que no és tan cert és que la tendència mundial sigui d'anar vers una major integració política. De fet la realitat és exactament la contrària: si mirem el nombre de països existents al planeta Terra després de la 2ª Guerra Mundial, veurem que no ha parat d'augmentar: el 1946 hi havia 74 països (=Estats), mentre que, en l'actualitat, el nombre total de països és de 191" (Xavier Sala i Martín, economista català, *1963).
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