divendres, de desembre 02, 2005

[catalonia-europa] HOMEOPATIA

La llei del medicament que està a punt de ser aprobada ens la venen
com si fos una assegurança contra els laboratoris i per a preservar
la salut i la butxaca del consumidor. Però resulta que no han pogut
amb el poder de la indústria farmaceutica que ens estafa amb el
placebo anomenat homeopati. Al final potser l'únic que faran serà
acabar amb la competència d'aquests laboratoris de l'estafa.

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Arp – Sociedad para el Avance
del Pensamiento Crítico

La homeopatía
historia, descripción
y análisis crítico

Carlos Tellería
Victor J. Sanz
Miguel A. Sabadell
Informe realizado a petición del
Institut d'Estudis de la Salut
Departament de Sanitat i Seguretat Social
Generalitat de Catalunya

La Alternativa Racional, 1996
Edita: ARP - Apdo. 1516 - 50080 - Zaragoza
Imprime: Bruno Solano - Zaragoza

INDICE

Origen y postulados de la homeopatía 3
Crítica homeopática a la medicina científica 5
Crítica metodológica a la homeopatía 7
El caso Benveniste 15
Un ejemplo: el oscillococcinum 20
Homeopatía hoy 24
Legislación sobre homeopatía 26
La homeopatía funciona 28
Un problema de método 30
Conclusión 33
Bibliografía complementaria 35

Origen y postulados
de la homeopatía

La Homeopatía, como terapia médica, fue creada por Samuel Friedrich
Hahnemann (1755-
1843). Hahnemann nació en Meissen (Alemania) y estudió en Leipzig,
Viena y Erlagen,
graduándose en 1779. Durante los primeros años de su profesión no
ejerció la medicina clínica,
sino que se dedicó a la traducción de obras médicas y lingüísticas.
Las primeras ideas sobre la homeopatía surgen cuando traduce un
libro de Cullen, la
"Materia Clínica", en la que se describen los efectos de la quinina
en la curación de fiebres
intermitentes. Hahnemann comenzó a investigar el fenómeno descrito,
autoadministrándose
dosis masivas de quinina, y experimentando su reacción. Los efectos
observados en su propio
organismo fueron precisamente los típicos de un estado febril, lo
que llevó al médico alemán a
asociar los síntomas producidos por la sustancia en un individuo
sano, con sus efectos sobre un
enfermo con idénticos síntomas.
En 1810, Hahnemann publica su obra fundamental, "Organnon der
Rationellen
Heilkunde", en la que define y precisa la ley de similitud, según la
cual:

1.-Toda sustancia activa farmacológicamente, provoca en el individuo
sano y sensible un
conjunto de síntomas característicos de dicha sustancia.

2.-Todo individuo enfermo presenta un conjunto de síntomas que
caracterizan a su
enfermedad.

3.-La curación se puede obtener mediante la administración de una
pequeña cantidad de la
sustancia cuyos efectos sean similares a los de la enfermedad.

Este principio básico de la terapia desarrollada por Hahnemman es el
que ha dado nombre a
la misma. Homeopatía significa "curar con lo mismo", es decir, curar
con aquello que enferma
de igual manera al individuo sano.
El proceso que siguieron a continuación, tanto él como sus
seguidores, fue el de
confeccionar una relación de sustancias activas, anotando
cuidadosamente los síntomas que
cada sustancia producía al individuo sano. Este proceso es el
denominado "patogenesia". De
esta manera, bastaría consultar esta relación de síntomas y
sustancias activas para, dado un
cuadro sintomatológico concreto, saber de inmediato qué sustancia se
debería recetar al
paciente.
En el ejercicio y desarrollo de esta disciplina, Hahnemann y sus
discípulos observaron que,
en algunos de los procesos, existía un agravamiento de los síntomas
de la enfermedad antes
de su curación, cuando ésta se daba. Observó también que ciertas
sustancias muy tóxicas
administradas a animales hacían que éstos describiesen cuadros
clínicos muy característicos, y
que en muchas ocasiones conducían a la muerte del animal. Así, por
ejemplo, el arsénico
administrado a ratones, provocaba en éstos una serie de espasmos
similares a los asociados a
cuadros epilépticos. Reduciendo las dosis, se podía llegar a
reproducir los espasmos, pero sin
causar la muerte al animal; y reduciéndola más aún, se podía
conseguir que el animal apenas
mostrase síntoma alguno.
Esta serie de observaciones condujeron a Hahnemann a suponer que,
cuanto menor fuera la
dosis administrada al enfermo, más rápida y eficaz sería la
curación, desarrollando así el
segundo principio básico de la homeopatía, conocido como principio
de las dosis
infinitesimales. Cualquier producto que se elaborase para
administrárselo a un paciente, de
acuerdo con la teoría homeopática, consistiría en una pequeña
porción de la sustancia activa,
prescrita de acuerdo con la materia médica, y diluida sucesivamente
hasta que prácticamente
no quede sustancia activa en el preparado.
La única explicación lógica que podía buscarse a este principio era
que, en el proceso de
dilución del principio activo, el medio en el que se diluía éste —
normalmente agua— fuera
capaz de "memorizar" las características del agente activo, pero
evitando su toxicidad, ya que
aquél desaparecía. Suponiendo cierto esto, para que el tratamiento
fuera más eficaz se
necesitaría agitar vigorosamente el preparado durante su proceso de
dilución, de manera que
todas las moléculas del disolvente entraran en contacto con la
sustancia activa. Es lo que se
conoce como dinamización, y exige no sólo una intensa agitación del
preparado, sino también
que el proceso se realice en sucesivas fases de dilución 1/10 ó
1/100. Es decir, disolviendo
sucesivamente una parte de la mezcla original en 10 ó 100 partes de
disolvente
respectivamente, repitiendo a continuación el proceso. El número de
repeticiones efectuadas
determina la potencia de la disolución, en decimales (o
centesimales) hahnemannianos: DH (o
CH).
Una última ley de la homeopatía se denomina Ley de la
Individualización, y de acuerdo
con ella los homeópatas hacen suyo el viejo aforismo de 'no hay
enfermedades sino enfermos'.
Todo estudio sintomático y todo remedio homeopático deben
confeccionarse exclusivamente
para cada paciente, y no tienen sentido los remedios generales. Esta
ley es la que con más
frecuencia ignoran los homeópatas, y la que, en cualquier caso,
permite justificar cualquier
posible fracaso de un tratamiento determinado o de un estudio
clínico. No impide, sin embargo,
que los homeópatas refieran aquellos estudios clínicos que sí les
dan la razón.

Justificación histórica

En medio del ejercicio de la medicina propia del siglo XVIII, la
homeopatía fue muy bien
acogida, y se generó una vasta literatura sobre la misma. Esta
acogida se explica en parte
porque los remedios homeopáticos eran infinitamente menos agresivos
que los utilizados por
los médicos de la época. En aquellos años eran muy utilizados
métodos como las sangrías,
tratamientos con sanguijuelas o terribles dietas debilitantes. Se
llegó al punto en el que
algunos médicos aseguraban que "la mejor medicina consiste en no
hacer nada".
Cuando los avances médicos permitieron el desarrollo de técnicas
curativas menos agresivas
que las enfermedades, este nihilismo médico dejó de tener sentido, y
la homeopatía comenzó a
declinar. En el siglo XX la homeopatía fue lentamente olvidada,
hasta su relativamente reciente
resurrección, por causas que intentaremos analizar más adelante.

Vis Natura Medicatrix

Para Hahnemann, el organismo posee un principio o energía vital (el
arqueo de Paracelso),
cuya función, en estado normal, consiste en regular todo el
organismo proporcionándole una
capacidad natural de autocuración. Es lo que Hahnemann denomina
Natura Medicatrix.
Cuando esta energía vital se desequilibra, el organismo enferma.
Según Hahnemann, bastaría
un pequeño impulso para "activar" el proceso de autocuración del
enfermo.
Desde esta perspectiva, la etiología de las enfermedades carece de
importancia. De nada
sirve conocer las causas de un mal, si es que éstas existen, pues el
origen de la enfermedad
reside en un desequilibrio de la energía vital del enfermo, y la
curación debe obtenerse
restableciendo ese equilibrio. Según Hahnemman, "no hay necesidad de
atascarse en
argumentos metafísicos o escolásticos acerca de la insondable causa
primera de la enfermedad,
ese caballo de batalla del racionalista".
El desequilibrio causado en el organismo puede ser de distintos
tipos, pero esta
caracterización no tiene por qué depender de los distintos agentes
patógenos. Lo importante a
la hora de buscar un remedio es determinar en qué sentido se ha
producido el desequilibrio de
la Natura Medicatrix, y éste viene determinado exclusivamente por
los síntomas de la
enfermedad. Así, dos enfermos con idénticos síntomas deben ser
tratados de la misma manera,
aunque las causas de sus enfermedades sean distintas.
El principio lógico fundamental causa-efecto no es aplicable para
Hahnemann a los procesos
patológicos y a su curación. La base de su planteamiento es de
carácter filosófico, y tampoco
es original del médico alemán. Para entender su filosofía habría que
remontarse a las teorías de
los sofistas griegos y a las doctrinas de Hipócrates y Galeno. Más
aún, para Hahnemann no
existe causa de la enfermedad, y si existe es esencialmente
incognoscible. Sus propias palabras
constituyen un rechazo de la ciencia como forma de conocimiento,
fenómeno éste muy
frecuente en toda una serie de doctrinas y disciplinas actuales que
se ubican a sí mismas "en
las fronteras de la ciencia".
El único proceso de carácter investigativo en el ejercicio de la
homeopatía es el denominado
estudio patogenético. Este estudio consiste en la ya mencionada
suministración de distintas
sustancias a un individuo sano, para observar si los síntomas
producidos son iguales a los de la
enfermedad que se desea curar. Cualquier estudio que no sea éste y
el análisis estadístico que
les permita valorar sus éxitos, jamás será referido en la literatura
homeopática.

Crítica homeopática
a la medicina científica

Tanto los partidarios de la homeopatía como de cualquier otra
terapia médica no-científica,
critican frecuentemente a la medicina científica, oficial
o "alopática".
El término "alopática", con el que frecuentemente se refieren a la
medicina científica,
procede de una mera contraposición al término "homeopática", y
supone una generalización de
los planteamientos simplistas en los que se basa la homeopatía.
Para los homeópatas, sólo existen dos formas de atacar a una
enfermedad; con lo mismo,
"por simpatía", mediante aquello que se orienta en la misma
dirección que el mal, y con el
contrario, "por antipatía", mediante aquello que se opone al mal
directamente. Ellos optan por
curar con lo mismo (homeo = igual), y suponen que la medicina
oficial opta por curar con lo
contrario (alos = distinto).
Sin embargo, esta distinción que podía ser válida en las teorías
hipocráticas e incluso en las
mantenidas hace dos siglos, carece totalmente de sentido en el marco
de una medicina
desarrollada a la par que la tecnología e investigación modernas, y
en el marco del método
científico.
Para la ciencia, todo efecto tiene una causa, independientemente de
que en un determinado
momento sepamos cuál es ésta. Todo el método científico va orientado
a conocer la naturaleza
en base a las relaciones causa-efecto, o al menos a modelizarla, de
manera que nos permita
utilizar las causas en nuestro beneficio, y predecir sus
consecuencias. Así, en el caso de la
medicina científica, ésta tiende a conocer todos los procesos que
ocurren dentro del organismo,
a fin de conocer las causas de los males, y describir aquellos
tratamientos que puedan atacar a
la propia causa o a sus síntomas según las posibilidades o la
conveniencia. En unos casos habrá
que tratar o prevenir una enfermedad con lo mismo que la causa,
siempre que eso
desencadene una serie de mecanismos que permitan combatir la
enfermedad; otras veces el
tratamiento se diseñará en base a un "contrario" específico, y otras
ni con lo uno ni con lo otro.
La diferencia entre medicina científica y homeopatía —o cualquier
otra terapia alternativa— no
estriba sólo en el tratamiento, sino también en la filosofía y el
método. Así, los homeópatas se
jactan de que sólo ellos tratan "causalmente" la enfermedad,
consiguiendo, por tanto, una
"verdadera y profunda" curación. Dicho de otra manera, únicamente la
Homeopatía es capaz
de atajar la auténtica raíz causal del proceso patológico, mientras
que la Medicina Científica se
limita a curaciones parciales y sintomáticas, o lo que es peor, a
producir perniciosas e
incurables iatrogenias (que es lo único que hace la "alopatía" para
Hahnemann). Pero, como
detallaremos más adelante (Págs. 52 y 60), la Homeopatía ni
diagnostica verdaderamente ni
trata causalmente las enfermedades. Nos hallamos ante un mero juego
de palabras, es decir,
un puro y simple engaño.
Otra de las críticas que más frecuentemente se hace a la
medicina "oficial" es su
despersonalización. Se dice que atiende a las enfermedades, pero no
a los enfermos.
Tal como comenta Jorge Alcalde (Muy Especial -monográfico medicina-,
1996)

"A nadie se le escapa que la medicina moderna es insustituible,
entre otras cosas, en el
tratamiento de enfermedades agudas, en la terapia preventiva, en el
cuidado de
emergencias y en el cada vez más avanzado mundo de los trasplantes.
No obstante,
entre la comunidad médica parece hacer mella la idea de que sus
servicios flojean en
otras situaciones, especialmente en aquellas enfermedades que
requieren un tratamiento
largo, sostenido y apoyado por el refuerzo psicológico del paciente.
El sistema médico
actual, sobrecargado e impersonal, carece de la infraestructura
necesaria para atender al
enfermo de manera individualizada".

Esto es cierto, pero sigue sin ser un argumento válido en contra de
la medicina científica y a
favor de la homeopatía —o cualquier otra terapia similar—.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la situación actual del
sistema sanitario
público es consecuencia directa del proceso de socialización llevado
a cabo en los países
desarrollados, y que garantiza una sanidad pública y gratuita para
todos los ciudadanos. Es un
elemento más de lo que últimamente los políticos gustan en
llamar "sociedad del bienestar", y
al que no creo que haya nadie dispuesto a renunciar. Las únicas
soluciones al problema de la
masificación pasan por aumentar la dotación presupuestaria a la
sanidad —cosa que no
siempre es posible en la medida deseada— o por suprimir la gratuidad
de la sanidad pública —
decisión políticamente muy poco aconsejable—.
En segundo lugar, el hecho de que exista este problema no quiere
decir que no tenga
solución. La sanidad pública es mejorable, y debe mejorarse. La
crítica en este sentido,
realizada tanto por terapeutas "alternativos" como por usuarios del
servicio público de salud va
dirigida a un problema de carácter básicamente organizativo, a cómo
se desarrolla un servicio,
y no al servicio en sí. Es discutible la forma en que se ejerce la
medicina en los centros
públicos, pero no qué medicina se ejerce, y mucho menos si debe o no
existir una medicina
pública.
Final y principalmente, en esta crítica se confunde el ejercicio
concreto de la medicina en los
centros de salud dependientes de la administración, con la
metodología de investigación y
tratamiento utilizada por la medicina científica, y que es
desarrollada en centros de salud
públicos y privados, y en multitud de laboratorios de todo el mundo.
Sería lo mismo que
confundir la forma de enseñar que tiene un maestro de escuela, o el
desarrollo del sistema de
centros públicos de enseñanza, con el derecho a la educación o el
temario y el plan de
estudios. Es un error de concepto muy grave —y muy frecuente—. De
hecho, en muchos
centros públicos, la atención médica y personal al paciente es
excelente, a pesar de los
problemas de masificación que pueda sufrir; y por otro lado existen
numerosos hospitales
privados con pocas camas y selecta atención a los pacientes por
parte del personal, con intenso
apoyo psicológico-afectivo, y en los que la medicina que se ejerce
no deja de ser por ello
rigurosa, moderna y científica. El problema de estos centros es que
son privados, y por tanto
no son gratuitos, punto éste común a todas las terapias no
oficiales. ¿Dónde está el beneficio?


Crítica metodológica a la
homeopatía

Enfermedad: concepto y diagnóstico homeopático

Para los homeópatas la enfermedad y los síntomas constituyen una
misma entidad. Este es
el punto de partida básico para el tratamiento homeopático —sin él
la ley de la analogía se
vendría abajo— y es la consecuencia lógica de la existencia de la
fuerza vital con la que se
eliminan de un plumazo los mecanismos causantes de la enfermedad. Es
más; para
Hahnemann intentar conocer cómo la fuerza vital provoca una
enfermedad es una empresa
inútil. Ahora bien, esta postura no puede achacarse al
desconocimiento: en tiempos de
Hahnemann ya se había establecido la distinción entre síntomas y
enfermedad: "Hahnemann es
en todo superficial... ¿Qué relación puede haber entre una
peritonitis general sobreaguda y
cierto grupo de accidentes histéricos, que bajo el punto de vista de
los síntomas, considerados
en sí mismos y como fenómenos particulares, hecha abstracción de su
elemento general,
simula bastante bien aquella grave enfermedad? ¿Qué relación hay
entre las úlceras
mercuriales y las sifilíticas, entre la angina y erupción
escarlatinosas y la sequedad faríngea, y
las eflorescencias de la piel que en ocasiones produce la
belladona...?" (A. Trousseau y H.
Pidoux, 1863) ¿Qué hacer en enfermedades que presentan diferentes
síntomas?
El diagnóstico homeopático se basa en la ley de la
Individualización. Los homeópatas
hacen suyo el viejo aforismo de 'no hay enfermedades sino enfermos'.
Pero lo que quieren
decir es que los síntomas de una enfermedad son propios de cada
persona. No existen cuadros
específicos y universales de una enfermedad, sino que los síntomas
son únicos en cada
enfermo, y por tanto la aplicación del tratamiento es único e
intransferible. Esta
individualización extrema tiene varias consecuencias: la primera es
que los síntomas comunes
a muchas enfermedades carecen de importancia: "los síntomas
generales y vagos, como la
falta de apetito, el dolor de cabeza, la languidez, el sueño
agitado, el malestar general,...
merecen poca atención porque casi todas las enfermedades y
medicamentos producen algo
análogo" (Organon, nº 153). Así, a un infarto de miocardio que
provoque dolor de estómago y
sudoración, o a una tuberculosis con fiebre y anorexia no hay que
hacerles ni caso. Para
realizar un diagnóstico correcto homeopáticamente hay que realizar
una lista exhaustiva de la
sintomatología pero, debido a la ley de la Individualización,
fijándose en aquellos que sean los
más sorprendentes, originales, inusitados y personales: en la
homeopatía hay que considerar
muy especialmente cosas tales como el gusto por la música sacra o el
comer cebollas. La
segunda consecuencia es que no se puede desarrollar un estudio
científico de la enfermedad,
no es posible la patología. Si el tratamiento de la enfermedad es
exclusivo para cada enfermo
no se puede ni clasificar las enfermedades, ni administrar
medicamentos universales, ni realizar
ensayos clínicos. Entonces, ¿por qué funciona la farmacopea? Es en
este punto donde la
homeopatía es contradictoria consigo misma. Si el tratamiento es
específico para el enfermo,
¿cómo es que hay laboratorios que producen masivos tratamientos
homeopáticos? ¿Cómo
pueden realizarse experimentos clínicos si, en virtud de la ley de
la individualización, es
imposible obtener grupos homogéneos de enfermos?
A pesar de ser inconsistentes con sus postulados, los homeópatas
dividen las enfermedades
en dos grupos: agudas y crónicas. Las enfermedades agudas son
ocasionadas "por operaciones
rápidas de la fuerza vital salida de su ritmo normal, que terminan
en un tiempo más o menos
largo" (Organon, nº 72) y las crónicas son "poco marcadas, y aun
muchas veces imperceptibles
en su principio, se apoderan del organismo cada una a su modo, lo
desarmonizan
dinámicamente, y poco a poco lo alejan de tal modo del estado de
salud, que la automática
energía vital destinada al mantenimiento de éste, que se llama
fuerza vital, no puede oponerse
a ellas sin una resistencia incompleta, mal dirigida e inútil, y que
no pudiendo extinguirlas por
sí misma, tiene que dejarlas aumentar hasta que por fin ocasionan
la destrucción del
organismo" (Organon, nº 72) Y añade que estas enfermedades "deben su
origen a un miasma
crónico". Dentro de las enfermedades crónicas están las
artificiales, ocasionadas por la
medicinal tradicional, y las naturales que son tres: la lúes
(sífilis), la sicosis (gonococia) y la
psora (sarna). Esta última es la única causa de la debilidad
nerviosa, el histerismo, la
hipocondría, la manía, la melancolía, la demencia, el furor, la
epilepsia, los espasmos, el
raquitismo, la escoliosis, la cifosis, la caries, el cáncer, el
fungus hematodes... En suma, la
mayoría de las enfermedades tienen su origen en este tipo de proceso
infeccioso. "Me han sido
necesarios doce años de investigaciones para encontrar el origen de
este increíble número de
afecciones crónicas, para descubrir esta gran verdad desconocida de
todos mis predecesores y
contemporáneos..." (Organon, nº 80, nota 1). Aún hay más. James
Tyler Kent, uno de los
homeópatas más influyentes a finales del siglo pasado y que
estableció la llamada homeopatía
clásica —la más extendida en Gran Bretaña hoy— identificó la psora
con el pecado original. Es
la evidente culminación a un planteamiento moral del origen de la
enfermedad —no es
casualidad que sean tres enfermedades venéreas el fundamento último
de las enfermedades
crónicas—.
El meollo del problema es que los homeópatas no pueden eliminar
estos conceptos tan
ridículos y falsos; deben conservarlos pues son la base de la ley de
la Similitud y la de los
Infinitésimos. Por eso modifican los conceptos de forma ad hoc: los
miasmas dejan de ser
efluvios nocivos procedentes de la tierra o el aire para convertirse
en una alteración dinámica o
cualquier predisposición constitucional a la enfermedad. De esta
forma salvan el problema y de
paso evitan que sea irrefutable por lo vago y general del término.
Así, con la psora se puede
"referir actualmente tanto a la inmunodepresión como a enfermedades
autoinmunes y a la
alergia" (T. Pascual, T. Ballester y R. Ancarola).

La ley de similitudes

Durante siglos, las doctrinas terapéuticas se basaron en las obras
de Hipócrates y Galeno,
que establecieron sus conceptos en función de los conocimientos de
la época. Una de las ideas
más aceptadas en el saber antiguo era la "teoría de los cuatro
elementos", atribuida a
Empédocles de Agrigento. Así, la materia (tierra, agua, aire, fuego)
tenía cuatro cualidades
primigenias (húmedo, seco, caliente, frío) que se relacionaban entre
sí por los principios de
Amistad y Discordia. Los cuatro elementos tenían en el ser vivo su
representación en los
humores (sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla). La medicina
de la época utilizaba los
principios de amistad y discordia, así como el estudio de los
humores para establecer sus
doctrinas terapéuticas, denominadas ía" (contraria contrariis
curantur) y "simpatía" (similia
similibus curantur).
Tanto Hipócrates como Galeno señalan que, por norma general, el
sistema más idóneo es el
de los contrarios. Así, por ejemplo, Galeno dice: "esfuérzate por
oponer siempre remedios
contrarios al mal", y hablando del estómago explica: "si está
demasiado caliente es necesario
enfriarlo; si frío, será necesario calentarlo. Igualmente, si está
seco hay que humedecerlo, y si
excesivamente húmedo, secarlo". No quiere decir esto que rechazaran
la otra doctrina. Por
ejemplo, en el uso de purgantes la aconsejaban debido a que, según
Galeno "se ha demostrado
que cada remedio atrae a su propio humor".
Realmente, la ley de similitud planteada por Hahnemann no dista
mucho de la ley de las
"signaturas" planteada en su día por Paracelso, quien aplicaba
remedios obtenidos a partir de
elementos que tenían semejanza física con el órgano afectado o con
la afección. En el caso de
Hahnemann, la semejanza de forma pasa a ser una semejanza de
síntomas, pero carece de
cualquier otra justificación.
Además, existe otro problema en el planteamiento que hizo Hahnemann
para elaborar su
teoría. En el siglo XIX la fiebre no era, tal como hoy se sabe, un
síntoma común a muchas
afecciones distintas, y directamente conectado con el sistema
inmunológico. Para Hahnemann y
sus coetáneos la fiebre estaba caracterizada como una única
enfermedad, de la que la
elevación de temperatura corporal era su síntoma directo. Cuando, al
administrarse dosis de
quinina, Hahnemann experimentó un aumento de su temperatura
corporal, interpretó que
estaba padeciendo los síntomas propios de la fiebre, como
enfermedad; no que dicho síntoma,
asociado a otros muchos, puede ser indicativo de múltiples y muy
distintas enfermedades.
Durante el siglo XIX, los avances científicos en química o
fisiología fueron demostrando
cómo funcionan las interacciones en la naturaleza. Como consecuencia
de ello, la medicina optó
por una doctrina que recogía con mucha más lógica los nuevos
conocimientos: "diversa diversis
curantur", es decir, los efectos no tienen nada que ver con la
similitud o disimilitud entre
fármaco y enfermedad. La investigación médica en el siglo XIX adopta
una actitud claramente
científica, y se orienta al estudio de la etiología de las
enfermedades (sus causas
determinantes), el estudio de los fármacos, la búsqueda de
principios activos y la posibilidad de
sintetizarlos, la farmacodinamia (parte de la farmacología que
estudia los efectos bioquímicos y
fisiológicos de los fármacos sobre el organismo, así como sus
mecanismos de acción,
principalmente sus reacciones con los receptores) o la toxicología
(efectos directos o
secundarios no deseados de los principios activos en función de las
dosis).
Tal como recoge Luis Angulo (El agua bendita de la homeopatía, LAR
n. 15), a la luz de la
farmacología moderna surgen una serie de objeciones claras y
concretas a la homeopatía.

1.- La ley de similitud rescata los viejos conceptos de Amistad y
Discordia que ya no tienen
sentido en la química moderna. La modificación que hace Hahnemann no
es más que una
burda actualización sin base alguna.

2.- La ley de similitud hace que el médico homeópata vea la
enfermedad como un simple
cuadro sintomatológico y no atiende a la naturaleza etiológica de la
misma, debido a la falta de
recursos científicos de la ley.

3.- No existe una farmacodinamia homeopática que explique cómo actúa
la ley de similitud,
no se explica de qué forma actúan, ni cómo lo hacen, ni cómo son
eliminados por el organismo
los medicamentos homeopáticos.

4.- La homeopatía no explica cuales son las formas farmacéuticas
indicadas para cada caso,
ni explica por qué. Además no existen estudios sobre las vías de
administración
recomendables.

5.- Todas las investigaciones sobre la ley de similitud se limitan a
señalar estadísticamente
los efectos positivos de los fármacos y no su modo de acción. Estos
efectos están en el umbral
de percepción del investigador.

6.- La ley de similitud es más certera en las enfermedades de tipo
psicosomático y es
ineficaz en trastornos de carácter muy concreto, traumatismos,
infecciones...

7.- La homeopatía tiene una visión muy parcial de la terapéutica,
olvidándose de las
acciones profilácticas, paliativas, consecutivas, fortificantes,
etc...

En resumen, la ley de similitud no deja de ser una hipótesis no
demostrada por ninguna
investigación fiable, que no es explicada a la luz de la ciencia, y
contra la que se pueden
presentar muy sólidos argumentos.

El experimento crucial para el desarrollo de la homeopatía fue el de
la quinina. En él,
Hahnemann y todos los homeópatas que le siguen caen en la falacia
lógica de 'post hoc ergo
propter hoc' . Hay dos hechos bien observados, la curación de la
malaria por la quinina y la
aparición de síntomas similares a la malaria si se toman grandes
dosis de quinina. El error
aparece cuando se infiere que entre ambos existe conexión causal
cuando sólo hay coincidencia
relacional entre dos hechos independientes. Fijémonos en lo absurdo
del planteamiento
homeopático. Como la penicilina produce una reacción alérgica,
entonces cura la urticaria.
Como puede curar una neumonía, también puede provocarla. Como cura
la gonorrea, la
debería causar a los sanos. Como la estreptomicina puede curar la
tuberculosis pulmonar,
puede hacer enfermar de tuberculosis a los sanos. De igual forma,
los antihipertensivos deben
ser igualmente capaces de producir un aumento de la tensión
arterial. Es más, como el
monóxido de carbono provoca la asfixia a un hombre sano, ¿por qué no
curar la disnea
dándoselo a respirar? Al diabético se le curaría dándole glucosa y
al hipertenso, sal. O curar
una hemorragia digestiva produciendo erosiones en zonas gástricas
indemnes. Que haya
médicos convencidos de la validez de la ley de la similitud es
preocupante. No sólo no son
capaces de descubrir una falacia lógica sino que, además, confunden
la enfermedad con sus
síntomas —para Hahnemann esta ecuación es directa, ya que toda
enfermedad es un
desequilibrio de la fuerza vital—, y el mecanismo de acción de los
medicamentos con sus
efectos secundarios —un fármaco no tiene por qué producir síntomas y
mucho menos similares
a la enfermedad que va a curar—.
La forma de determinar que una cierta sustancia puede ser válida
homeopáticamente
también es curiosa. El medicamento debe administrarse en estado puro
a un individuo sano
para observar claramente los síntomas que produce. Así, los
medicamentos fuertes —o sea, los
que matan, como el arsénico— deben administrarse en dosis poco
elevadas; los menos fuertes,
en dosis más elevadas; y los débiles, a personas sanas de
constitución delicada, irritable y
sensible. Sólo puede utilizarse medicamentos que se conozcan bien y
se sepa que son puros,
tomándose sin ser disueltos en nada. El sujeto objeto de estudio
debe llevar un régimen
moderado, ausente de comidas especiadas y sin legumbres verdes,
raíces y sopas de hierbas
pues, aunque cocinadas, conservan su poder medicinal. Debe evitar
trabajos penosos de
cuerpo y espíritu, así como los excesos y las pasiones desordenadas
que pueden nublarle a la
hora de describir claramente las sensaciones que experimenta. No se
experimentará con
animales —a pesar de tales recomendaciones, han aparecido
veterinarios homeopáticos—.
La ley de la similitud utiliza el bien conocido razonamiento por
analogía, común en el
pensamiento mágico. Que el preparado homeopático produzca síntomas
similares a la
enfermedad que cura es en todo punto idéntico al pensamiento del
hechicero de que una planta
en forma de corazón debe utilizarse para problemas cardíacos; o
comer el corazón de un león
para obtener su arrojo y bravura.

Las vacunas

Uno de los argumentos utilizados con frecuencia por los defensores
de la homeopatía es que
la medicina científica utiliza una técnica conceptualmente similar a
la homeopatía: la
vacunación. En efecto, en una vacunación se inocula a un paciente un
germen debilitado,
buscando la reacción natural del organismo. Además, al igual que
ocurría en los tratamientos
homeopáticos de sus creadores, a la vacunación sucede en ocasiones
un inicial empeoramiento
del paciente.
Pero, obviamente, la comparación es absolutamente inadecuada, y los
defensores de la
homeopatía no conocen —o no quieren conocer— la diferencia
existente. Se trata simplemente
de un sofisma por falsa analogía.
En primer lugar, la vacunación no es nunca un método curativo, sino
meramente preventivo.
No se trata de que un organismo reaccione a determinado estímulo
sintomatológico,
reajustando sus parámetros vitales. El sistema inmunológico se
conoce casi a la perfección, y
éste no responde a síntomas fisiológicos, sino a la presencia física
y real de un antígeno
específico. Lo que se busca en una vacunación es forzar la presencia
del antígeno, pero con su
capacidad patógena reducida. El sistema inmunitario es incapaz de
distinguir si la capacidad
patógena del antígeno es alta o baja, pero sí detecta su presencia,
normalmente en base a una
especificidad protéica, disparando los mecanismos que conducen a la
producción del anticuerpo
específico adecuado para combatir la presencia del antígeno. De esta
forma, el organismo
estará perfectamente preparado ante la posible llegada futura de un
antígeno idéntico, éste sí,
con su capacidad patógena intacta.
Hay que tener en cuenta que en el proceso inmunológico subyacente a
la vacunación, los
anticuerpos generados por el organismo son específicos del antígeno
inoculado (un
microorganismo o una toxina generada por el mismo). Esta
especificidad exige que, a
diferencia de la homeopatía, el antígeno se inocule en cantidades
suficientes para ser detectado
por el sistema inmunológico, disparando de esa forma la producción
del anticuerpo. A pesar de
los esfuerzos de Jacques Benveniste, de quien hablaremos más
adelante, no se ha podido
comprobar una respuesta inmunológica cuando el antígeno se encuentra
altamente diluido.
Evidentemente, el antígeno debe administrarse en una forma tal que
no sea nociva para el
organismo. Pero el bloqueo de su cualidad nociva no puede realizarse
por simple disolución, ya
que perderíamos la capacidad de detectarlo. Este doble compromiso se
puede soslayar gracias
a que, por lo general, no coincide en el antígeno su factor
específico —aquel factor por el que
es reconocido por el sistema inmunitario— y su factor tóxico o
infeccioso. Esto permite obtener
en laboratorio cantidades suficientes de antígeno, limitando su
nocividad, pero manteniendo su
especificidad. En el caso de bacterias, por ejemplo, su
especificidad suele estar asociada a las
lipoproteínas o polisacáridos que forman parte de su membrana
celular, mientras que la
toxicidad responde a una proteína producida por algún gen de la
bacteria. Mediante ingeniería
genética es posible conseguir cepas bacterianas idénticas a las
originales, pero con el gen
productor de la toxina bloqueado o eliminado, lo que las hace
incapaces de producir
enfermedad alguna. Mantienen sin embargo su especificidad, por lo
que serán reconocidas por
el sistema inmunológico como agentes invasores nocivos. Ésta es una
de las técnicas utilizadas
en la obtención de vacunas, aunque no es evidentemente la única.
Este mecanismo implica que:
1.- Las altas diluciones no tienen sentido en vacunación.
2.- La vacunación es muy eficaz como terapia preventiva, pero
normalmente no tiene
sentido una vez infectado el individuo —es decir, como terapia
curativa—. En el mejor de los
casos, no sirve para nada. Tan sólo tiene sentido, raras veces, en
enfermedades causadas por
microorganismos de desarrollo lento.
3.- Lejos de responder al equilibrio de una supuesta 'fuerza vital'
la vacunación está basada
en un mecanismo perfectamente conocido y estudiado.
Este proceso desencadenado por la vacunación supone además una
diferencia notable entre
la vacunación y un tratamiento homeopático. Tanto en el caso de
haber contraído una
enfermedad infecciosa, como en el caso de una vacunación, es posible
detectar la presencia del
antícuerpo específico en el suero sanguíneo. Éste es un método muy
frecuente para
diagnosticar algunas enfermedades, como el SIDA o la brucelosis. Sin
embargo, tras un
tratamiento homeopático, no se puede detectar la presencia de ningún
anticuerpo ni sustancia
alguna que pueda tener una función inmunitaria, y cuya presencia
pueda achacarse
directamente al tratamiento. La comparación entre ambas técnicas, y
mucho más su
asimilación, carece absolutamente de sentido.
En el caso de la homeopatía, se pretende extender el método de
vacunación a síntomas —no
a gérmenes específicos—, suministrando principios activos no
necesariamente biológicos —los
elementos químicos y las moléculas inorgánicas no son antígenos, y
no disparan ningún tipo de
mecanismo inmunológico—, como terapia curativa no preventiva, y
suponiendo procesos
fisiológicos totalmente desconocidos. Huelga añadir cualquier
comentario.

La ley de infinitésimos

Los homeópatas resumen esta ley de la siguiente manera: "para tener
una mejoría rápida,
suave y duradera es necesario utilizar dosis infinitesimales".
Esto lo explican diciendo que con dosis infinitesimales disminuye la
toxicidad del preparado
—algo que resulta obvio—, pero simultáneamente aumenta su
efectividad y rapidez curativa. Y
lo dicen sin que esto les parezca una contradicción. Realmente se
está confundiendo "menos
perjudicial" con "más beneficioso".
Es evidente que Hahnemann no es tonto. Si según su inspirada ley el
arsénico puede curar,
también es claro que mata, por lo que debe ser diluido a cantidades
que no provoquen la
muerte. A este proceso de dilución extrema se le llama potenciación
para conseguir que
aparezcan en las diferentes sustancias sus "poderes espirituales e
inmateriales". Este proceso
se realiza mediante la llamada sucusión, donde las diluciones deben
agitarse al menos 40
veces y seguir un procedimiento de sucesivas divisiones que para
cualquier antropólogo tiene el
mismo aspecto que los rituales mágicos de los hechiceros y chamanes.
No se dan razones
objetivas para fundamentar este mecanismo; simplemente es una nueva
inspiración divina del
gurú. Y la iluminación divina no necesita ser probada. Lo cierto es
que se violan las leyes más
elementales y básicas de la física y la química. Que preparados
homeopáticos no contengan ni
una sola partícula de principio activo y sean los más 'potentes' es,
cuando menos, chocante.
Parece como si las moléculas de una sustancia activa tuvieran
personalidad propia y muy
mala avenencia. Así, cuando éstas se encuentran en gran número,
prevalecen los efectos
perjudiciales que provocan, mientras que en pequeño número se
incrementa
considerablemente su capacidad benefactora. Se debe deducir por
tanto que la reactividad
química de estas sustancias no responde en absoluto a las leyes de
la química universalmente
aceptadas.
Se conocen sustancias que tienen distinta reactividad en función de
su concentración, tanto
en relación directa (la inmensa mayoría), como con relaciones no
lineales (aumenta la
reactividad al aumentar la concentración sólo hasta cierto punto, a
partir del cual se satura o
incluso disminuye algo). Lo que no conoce la química es ninguna
sustancia cuya reactividad
guarde una relación puramente inversa con la concentración (más
activa cuanto más diluida), y
menos aún una que posea doble reactividad. Si además se da el caso
de que la reactividad
directa sobre un organismo vivo sea siempre tóxica, y la inversa
siempre curativa, las
sospechas de que nos encontramos ante un producto milagroso o mágico
surgen
inmediatamente.
Aún más absurdo que el argumento anterior es la interpretación que
hacen los homeópatas
del concepto "infinitésimo".
Para realizar un preparado homeopático se comienza por preparar una
dilución de la
sustancia en cuestión. Es lo que se llama Tintura Madre. A
continuación se toma una gota de
la misma y se disuelve en 99 gotas de disolvente —agua, alcohol o
lactosa—, y se mezcla bien
(dinamización). Tenemos ya una disolución 1CH (Centesimal
Hahnemanniano). Si repitiéramos
el proceso, tomando una gota de disolución 1CH para mezclarla con 99
de disolvente,
tendríamos una disolución 2CH. Se realizan también disoluciones 1 a
10 (decimales
hahnemannianos) o por el método Korsakov, que utiliza en cada
proceso la fracción de
disolución que queda adherida a las paredes del vaso. Algunas
diluciones típicas de la
farmacopea homeopática son 3DH, 6DH, 4CH, 7CH, o 30CH, pero llegan
en ocasiones a valores
mucho más elevados.
Realmente, los valores a los que se llega son totalmente
astronómicos y desorbitados. Para
conseguir una dilución 30CH no es preciso un gran volumen de
disolvente. Con un centímetro
cúbico de tintura madre, disuelto en 99 de agua podríamos obtener
100 centímetros cúbicos de
preparado homeopático 30CH utilizando apenas tres litros de
disolvente. Sin embargo, la
relación de concentraciones entre la tintura madre y el preparado
final es aproximadamente el
mismo que si arrojamos una pequeña gota de tintura madre en un
depósito de agua tan
grande como ¡todo el sistema solar!
Es decir, en este tipo de diluciones, la probabilidad de encontrar
una sola molécula del
principio activo es absolutamente despreciable. En una dilución 30CH
esta probabilidad es
aproximadamente de una molécula en cada 1037 vasos (un uno y treinta
y siete ceros) de
preparado homeopático, o lo que es igual, una molécula en un volumen
miles de veces superior
al de la tierra. ¿Qué es lo que actúa?
Evidentemente, si tomamos valores de dilución menores, las
comparaciones no son tan
exageradas, pero hemos querido mostrar con esto el límite —o la
ausencia del mismo, más
bien— de lo absurda que resulta la ley de infinitésimos. Tan sólo la
más baja de las diluciones
utilizadas en homeopatía (3DH equivalente a 1/1000) se acerca
remotamente a las cantidades
de principio activo que podemos encontrar en cualquier fármaco
comercial.
Para entender lo que significa, por ejemplo, una dilución 12C es
ilustrativo recurrir al
llamado 'teorema del último suspiro de Julio Cesar'.

"Si el último suspiro de César se encontrase hoy día distribuido de
manera uniforme en
toda la atmósfera terrestre —y suponiendo que el volumen de la
atmósfera es unas 1024
veces la capacidad de nuestros pulmones— con cada inhalación de aire
que tomásemos
respiraríamos una molécula del aire de ese último suspiro. sin
embargo [esta] dilución
12C sólo es el comienzo, pues la dilución homeopática más habitual
es del orden 30C...
una potencia de 30C. Esta cifra equivale a un grano de sal disuelto
en un volumen de
disolvente que llenaría diez mil millones de esferas, cada una de
ellas lo bastante grande
como para abarcar todo el sistema solar. Según una publicación de la
OMS, se han
utilizado 'con éxito' potencias de cerca de 100000C, es decir,
diluciones de 10-200000
(recordemos que el número de partículas subatómicas del universo es
sólo de 1080). El
hecho de que estos engaños puedan prender en la fantasía de miles de
hombres y
mujeres con cualificación médica —sobre todo en Francia, Alemania y
Gran Bretaña— o
bien debe considerarse una acusación directa a la educación
impartida en las facultades
de medicina, o bien pone en evidencia que algunas mentes presentan
una incapacidad
congénita para desarrollar un pensamiento crítico" (Skrabanek y
McCormick).

Podemos ensayar una serie de hipótesis para tratar de justificar
esta ley.
La primera sería suponer que el número de Avogadro, que permite
calcular cuántas
moléculas —parte indivisible de una sustancia como tal— se
encuentran en una cierta cantidad
de determinada sustancia, está equivocado. Si ello fuera cierto,
evidentemente, estaría
también equivocada la práctica totalidad de la química moderna.
Una segunda hipótesis sería aquélla según la cual el principio
activo modifica no se sabe qué
característica del disolvente, que conservaría así las cualidades de
aquél. Al margen de cuál sea
esa característica, nos encontramos aquí con los mismos problemas
que antes. ¿Por qué el
soluto transmite al disolvente sus cualidades curativas y no su
toxicidad? Además, todas los
conocimientos de la reactividad química estarían equivocados. De
acuerdo con la química y
física oficiales, una sustancia o cuerpo puede producir algún efecto
sobre otra sustancia o
cuerpo, siempre que entre ellos tenga lugar algún tipo de reacción
físico-química. La capacidad
de una sustancia o cuerpo para producir este tipo de reacciones, su
reactividad, se ha
considerado una consecuencia de la estructura propia del cuerpo o
sustancia, y por tanto una
característica intrínseca de la misma. Sin embargo, de acuerdo con
la hipótesis homeopática,
una molécula no reaccionaría químicamente con otra (o determinado
átomo con otro) por
intercambio electrónico o solapamiento de sus orbitales, tal como
creen la química y física
modernas, sino que la reacción se realiza en base a no se sabe qué
fenómeno físico que, al ser
transmisible del soluto al disolvente, no es propio de la sustancia.
Si el agua se puede
comportar como si fuera no sé qué sustancia que ha estado disuelta
en ella en cierto momento,
tal cualidad de comportamiento, ¿es propia del agua, de la sustancia
disuelta o de ninguna de
ellas? ¿Qué sentido tiene entonces la química?
De acuerdo con esta hipótesis, si nosotros diluimos sucesivamente
polvo de carbón en agua,
la sustancia que obtenemos al final -básicamente agua- debería ser
combustible.
Para algunos, la acción del soluto sobre el disolvente consiste en
modificar su estructura
molecular, de forma que el disolvente mantiene las propiedades del
soluto incluso en ausencia
de molécula alguna. Ésa es en cierto modo la hipótesis que intentó
demostrar Jacques
Benveniste, de quien hablaremos más adelante. Según esta teoría, la
reactividad de una
molécula depende de su estructura interna, y es modificable.
Para otros, el soluto transmite al disolvente determinadas energías
vitales u ondas
desconocidas, con idéntico efecto. Unos y otros inventan la llamada
memoria del agua, e
incluso llegan a invocar a la mecánica cuántica o a la reciente
teoría del caos para justificar lo
injustificable.

Tal como comenta Angulo en el artículo citado,

"los homeópatas hablan, como los parapsicólogos, de energías
desconocidas para la
física, estructuras moleculares desconocidas para la química, ondas
de frecuencia
desconocida para la ondulatoria, fuerzas vitales desconocidas para
la fisiología, y sistemas
de defensa desconocidos para la inmunología. Como debería ser bien
sabido, cuanto más
descabellada es una idea, más argumentos necesita para su
demostración, y lo que
deberían hacer los homeópatas es dejar de hablar de supuestos y
demostrar la existencia
de estas energías, ondas y fuerzas vitales hasta ahora imaginarias".

El Caso Benveniste

El 30 de Junio de 1988 apareció publicado en la prestigiosa revista
científica Nature un
artículo firmado por el equipo de Jacques Benveniste, exponiendo una
serie de experimentos
sobre degranulación de basófilos disparada por anticuerpos muy
diluidos.
Los anticuerpos responsables de la hipersensibilidad inmediata en el
hombre pertenecen al
grupo de la inmunoglobulina E, IgE. Estos anticuerpos tienen una
gran capacidad para
adherirse a la membrana de los basófilos polimorfonucleares -un tipo
concreto de glóbulos
blancos-. Cuando estas células se exponen a determinado tipo de
alergenos, éstos pueden
disparar una serie de señales intracelulares en los basófilos,
seguidas de una exocitosis de sus
gránulos, con la consiguiente liberación de histamina. Éste es un
proceso típico en una reacción
alérgica. Pero conviene aclarar que el experimento de Benveniste
(sería un modelo in vitro
para la hipersensibilidad inmediata) los alergenos (antígenos) se
sustituyen por anticuerpos
anti-IgE (habitualmente del tipo IgG), que son los que se van a
someter al proceso de dilución
característica de la Homeopatía.
Dicho más sencillo, aunque quizá menos preciso, los basófilos son
células responsables de
dar la señal de alerta en caso de infección, o al ponerse en
contacto con alguna sustancia a la
que se sea alérgico, y esto lo hacen liberando histamina. Mediante
técnicas adecuadas de
tinción, es posible observar y distinguir claramente en el
laboratorio si un basófilo ha liberado o
no dicha sustancia.
Los experimentos ideados por Benveniste consistían básicamente en
poner en contacto
preparados de leucocitos con suero de cabra cada vez más diluido en
agua destilada, y
comprobar si los leucocitos (o más concretamente, mastocitos y
basófilos) reaccionaban frente
a los anticuerpos anti-IgE presentes en el suero (antisuero anti-
IgE), liberando histamina y
otros mediadores vasoactivos e inflamatorios.
En unos experimentos preliminares, Benveniste aseguraba haber
apreciado el proceso de
degranulación al exponer una suspensión leucocitaria a disoluciones
de antígenos anti-IgE de
hasta una parte en 1018. Ante tal resultado, J. Benveniste diseñó
toda una serie de
experimentos en doble ciego mediante probetas codificadas, y con
muestras de control que
contenían concentraciones normales de anticuerpos anti-IgE, o bien
ausencia de los mismos.
Una vez realizados los experimentos, se obtuvo como resultado que la
respuesta de los
basófilos a los anticuerpos anti-IgE fluctuaba en función de la
concentración de estos. A
determinadas concentraciones la actividad prácticamente desaparecía,
reapareciendo a
concentraciones menores. Tal respuesta se daba incluso en niveles en
los que la probabilidad
de encontrar una sola molécula de anticuerpo en la disolución era
poco menos que nula.
La explicación propuesta por Benveniste en el mismo artículo es que
la información
específica de una sustancia se trasmite en el proceso de agitado de
la disolución al agua. Ésta
actuaría como un molde para la molécula, bien mediante una red
indefinida de enlaces por
puente de hidrógeno, bien mediante campos eléctricos o magnéticos.
Es de reseñar que al final de dicho artículo, Nature incluye una
nota en la que señala como
lógico que los lectores compartan la incredulidad de numerosos
referees del artículo ante los
resultados que en él se exponen, y que Benveniste había aceptado que
un equipo de
investigadores independientes pudiera observar la repetición de los
experimentos. No obstante,
eso no impidió que el artículo apareciera publicado.

No sólo eso; en el editorial de dicho número, titulado Cuándo creer
lo increíble, se hace una
reflexión al respecto. En él se comenta que no hay una explicación
objetiva para estas
observaciones y que ni siquiera la explicación ofrecida al final del
artículo es suficientemente
convincente para nadie. El motivo de la publicación del artículo en
Nature es permitir que
miembros destacados de la comunidad científica puedan descubrir
fallos o agujeros en el
planteamiento, o sugieran nuevas experiencias que permitan validar
las conclusiones. Añade,
con gran perspicacia, que no puede haber justificación para utilizar
las conclusiones de
Benveniste fuera de dicha motivación. El uso de tales conclusiones
por parte de los laboratorios
homeopáticos, que indudablemente recibirían con agrado el artículo,
sería prematuro, y
posiblemente erróneo.
Hay que hacer notar que, si se aconsejaba suspender temporalmente
cualquier juicio sobre
este asunto, no era porque Benveniste estuviera sugiriendo un
fenómeno nuevo, sino porque
sus sugerencias atacaban abiertamente en su raíz a dos siglos de
observación y racionalización
de los fenómenos físicos. "El principio de restricción que se aplica
aquí es simplemente que,
cuando una observación inesperada requiere que una parte sustancial
de nuestra herencia
intelectual sea desechada, es prudente preguntarse con más cuidado
que de costumbre si las
observaciones pueden ser incorrectas".
Obviamente, las contestaciones, réplicas y contra-réplicas no se
hacen esperar. Llueven
críticas por la publicación en sí del artículo; es decir, por qué se
ha aceptado su impresión
cuando los datos y el método no convencían especialmente, y así lo
habían hecho notar los
referees consultados. Por otro lado, existen dudas sobre las
garantías ofrecidas por el método
utilizado por Benveniste. Parece ser que existen fallos en alguno de
los análisis estadísticos;
tampoco están claras las garantías de pureza de las muestras para
impedir una contaminación
ajena al antígeno de cabra, y que pudiera desencadenar el mismo
efecto; y se cuestiona la
utilización del conteo de basófilos como técnica de medición, en
lugar de una medida directa
del índice de histamina liberada, que podría ser, en principio, más
objetivo.
Pero la mayor controversia llegará con los resultados del comité de
evaluación. Tal como
había pactado Nature con J.B. una comisión intentaría repetir en su
mismo laboratorio los
resultados del artículo. Dicha comisión estuvo formada por J. Madox —
editor de Nature—, W.
Stewart —científico experto en estudio de errores—, y James Randi,
conocido mago. Sus
resultados fueron, básicamente, que no existía razón para suponer
los efectos pretendidos en
el artículo de J. Benveniste. Este hecho fue respaldado por otros
muchos investigadores
independientes que intentaron repetir los experimentos de
Benveniste, sin ningún resultado
positivo.
Pero tampoco faltaron críticas a esta comisión evaluadora. En primer
lugar, la presencia de
Randi en el grupo, al margen de su conocida experiencia en
desenmascarar fraudes científicos,
presuponía una posible mala voluntad en J. Benveniste y su equipo,
actitud seguramente
innecesaria en una evaluación científica, si partimos de la
repetibilidad de los resultados como
un punto fundamental dentro del método científico. Por otro lado,
ninguno de los tres
observadores tenía experiencia previa en el campo concreto del
trabajo, con lo que sus
conclusiones se referirían exclusivamente a cuestiones
metodológicas, y no de fondo.
Finalmente, el estudio de muchos meses realizado por Benveniste, fue
evaluado en tan sólo
cinco días, tiempo a todas luces insuficiente para conseguir
resultados concluyentes, salvo que
desde el primer momento se presuponga la falsedad de los datos
iniciales.

Como ya hicieron notar Madox, Stewart y Randi, dos de los miembros
del equipo de
Benveniste eran pagados directamente por la empresa de productos
homeopáticos Boiron. El
mismo Benveniste, ya unos años antes, había sido miembro del consejo
de administración de
otra empresa similar. Según Benveniste, no se puede prejuzgar que la
calidad de una
investigación dependa de quién financia a los investigadores. Pero
creo que a nadie se le
escapa el detalle de que no parece muy digno que una empresa
financie investigaciones
destinadas a avalar científicamente su propia existencia. Eso
implica unos intereses económicos
capaces de "justificar" cualquier falso resultado. Además, todos los
experimentos que dieron
resultados positivos se realizaron por o en presencia de E. Davenas,
una de las doctoras
pagadas directamente por Boiron.
La existencia de la memoria del agua permitiría justificar los
postulados de la práctica
homeopática. El postulado fundamental de ésta es el principio de
similitud. Merece realmente el
título de postulado, es decir, de afirmación tenida por cierta, pero
no demostrable. Sin
embargo, la experiencia sobre la cual Benveniste quería apoyar su
descubrimiento, no tiene
nada que ver con el principio de similitud. No se trata aquí de
curar absolutamente nada, ni
siquiera "in vitro". Lo que es nuevo es que Benveniste pretende
haber observado estas
reacciones con disoluciones de anticuerpos de una "potencia" tal
que, evidentemente, no
queda el más mínimo vestigio de anticuerpo en la disolución. En esto
se basa
fundamentalmente Benveniste para afirmar que el agua
mantiene "memoria" de la sustancia
biológica con la que estuvo en contacto —sin plantearse ninguna
hipótesis alternativa que
justificase el efecto observado—.
Lo que Benveniste quería confirmar no era el principio de similitud,
sino la idea de que la
información biológica transmitida por los anticuerpos puede
subsistir en una disolución, incluso
cuando esta última no contenga ni una sola molécula del antígeno.
Así pues, aun en el caso de haberse verificado la "memoria del
agua", no por ello la
homeopatía dejaría de ser una aberración científica. Pero si la
memoria del agua no se valida,
lo sería por partida doble. Científicamente hablando, no podemos
asegurar la no existencia del
pretendido efecto. Pero sí negamos la existencia de pruebas que lo
avalen, y, por tanto,
tampoco se justifica la terapia que de ella se deriva.
Siguiendo una técnica de desmistificación ideada hace tiempo por
James Randi, la revista
Science & Vie ofrecía un millón de Francos al equipo de Benveniste
si podía reproducir los
resultados de su experimento, en un laboratorio puesto a su
disposición por el profesor Jean
Dry, presidente de la Unión Terapéutica Internacional. El protocolo,
publicado en Science & Vie
retoma el experimento realizado por Benveniste en su laboratorio del
INSERM, y publicado en
Nature. (El INSERM es el Instituto Nacional Francés de la Salud y la
Investigación Médica). Pero
en esta ocasión, el experimento sería controlado rigurosamente por
un jurado presidido por
Dry. La respuesta de Benveniste, publicada el 31 de Diciembre de
1988 en Le Monde fue que
"La investigación médica no se realiza en teatros de feria. Rehúso,
evidentemente,
presentarme ante no sé qué tribunal compuesto por periodistas y
científicos, científicos que no
poseen, entre todos, el nivel suficiente para ser ni siquiera
bedeles en el INSERM".
El 25 de abril de 1989, una comisión científica especializada del
INSERM aprueba las
investigaciones de la unidad 200 referentes a una sustancia
relacionada con los procesos
inflamatorios, pero emite un informe desfavorable a las
investigaciones relacionadas con altas
disoluciones. A este respecto, se muestran contrarios a la
renovación del Dr. Benveniste al
frente de la misma, si en ella siguen participando laboratorios
homeopáticos.
Como consecuencia de este informe, Benveniste hizo saber a Phillippe
Lazar, director del
INSERM que estaba dispuesto a detener los trabajos que dirigía
dentro del INSERM sobre altas
disoluciones, aun no estando conforme con la manera en que éstas
habían sido valoradas. Una
segunda evaluación de la unidad 200 se confía a un equipo de cuatro
investigadores, miembros
del consejo científico del INSERM, acompañados de forma totalmente
excepcional por dos
investigadores extranjeros, uno británico y otro americano. El
informe que emite esta
comisión, mantenido confidencialmente en un primer momento, aconseja
la No renovación
temporal del Dr. Benveniste en tanto éste no presente un nuevo
programa de investigaciones
en el que no figuren más los pretendidos efectos biológicos de las
altas disoluciones.
Sin embargo, M. Lazar y el ministro de Investigación francés
decidieron mantener a
Benveniste al frente de su unidad, si bien con ciertas reservas. En
palabras de Lazar, "Al
margen de la calidad científica de sus trabajos, la libertad de los
investigadores en la elección
de sus hipótesis y de sus modalidades de trabajo no podrá ser
limitada más que por las reglas
del derecho común y de la ética deontológica". Pero el director de
un equipo de investigación
público tiene una responsabilidad que le compromete más allá de su
papel de investigador. Así
pues, Lazar prosigue diciendo que "...está claro que las dos
comisiones científicas que han
examinado sucesivamente los trabajos de la unidad 200 han emitido
una expresa reserva sobre
los trabajos referentes a las altas disoluciones. Estas reservas se
refieren al fondo de sus
trabajos, su análisis insuficientemente crítico de los resultados,
su aventurada interpretación, la
manera de expresarlas públicamente y las consecuencias preocupantes
que la publicidad de las
mismas podría suponer, como refuerzo de la credibilidad de ciertas
prácticas terapéuticas."

Las condiciones de este contrato tácito para mantener a Benveniste
al frente de la unidad
200 suponía que Benveniste debía despedir a los investigadores de su
unidad, impuestos de
alguna forma por laboratorios homeopáticos, y renunciaba a dar
ningún tipo de publicidad
referente a la "memoria del agua". Pero esto, evidentemente no
ocurrió así.
Aún hay más. En Octubre de 1989 se celebra en Toulouse un "Foro de
las medicinas
alternativas y de la vida natural". En ella tenían sitio propio,
desde la homeopatía y la
acupuntura, clásicos ya de las alternativas a la medicina, hasta
terapias más recientes como la
nutriterapia, la macrobiótica, la aromaterapia o la astrología
médica. En medio de ellas, y muy
en su lugar, estaba Jacques Benveniste presentando una ponencia
sobre la memoria del agua.
Seguramente los responsables de la sanidad y la investigación en
Francia se sintieron muy
orgullosos de sí mismos, y de la decisión tomada unos meses antes de
mantener a Benveniste
al frente de su equipo.
Más aún. A mediados de 1990 aparece una encuesta sobre OVNIs,
realizada por Jean-Pierre
Petit. Esta encuesta se engloba dentro de larguísima lista de
tratados ufológicos en los que el
único tema a defender en los mismos es que la ciencia "oficial" y
los "poderes fácticos" sólo
pretenden enterrar el problema, y que el poder político, el ejército
y el mundo científico han
lanzado una campaña de desinformación "por razones de estado".
Curiosamente, el prólogo de
esta encuesta, en el que se reconoce la manía persecutoria que
caracteriza a los ufómanos, y
que se observa igualmente en otros dominios de lo paranormal, está
firmado por Jacques
Benveniste. En realidad, el libro que contiene esta encuesta es el
primero de una colección
titulada "En los márgenes de la ciencia", dirigida por Benveniste.
El INSERM no tuvo más remedio que actuar, cerrando la unidad 200 a
finales de 1993.
El 1 de Marzo de 1994 apareció en el diario Le Monde la siguiente
carta:

"La unidad de investigación 200 del INSERM está cerrada, y sus
medios humanos
dispersados a pesar de su alto nivel, confirmado por las instancias
científicas. Esta
desaparición, debida al carácter declaradamente herético de los
trabajos sobre altas
disoluciones, nos lleva a manifestar nuestra inquietud acerca de
ciertas tendencias cuyas
consecuencias van más allá de este asunto. Hacemos notar que:
-Hasta este momento, ninguna tentativa de explicación
trivial o investigación de los
errores se ha presentado, cuando han sido publicados los efectos de
altas disoluciones sobre
sistemas biológicos por la unidad 200 y varios otros grupos
franceses y extranjeros. Sin
poder juzgar su valor científico, nos hacemos eco de la existencia
de estas publicaciones.
-Los investigadores de la unidad 200 no niegan el papel
primordial de las moléculas
biológicas, pero proponen que éstas se comunican por frecuencias
específicas. Afirman que
estas hipótesis, basadas en hechos experimentales, no han sido
rechazadas sino porque no
son comprensibles dentro del marco de los conocimientos científicos
actuales. Quienes las
rechazan, por una reacción más teológica que científica, no las han
examinado seriamente
jamás. Nos parece necesario y justo que las instituciones den su
soporte crítico a esta
investigación, cuyos beneficios son tanto médicos como industriales;
que se instaure un
debate científico en lugar de anatemas y amenazas sobre la situación
y la dignidad
profesional de los investigadores; que les proporcionen los medios
defender su trabajo.
Esperamos de los responsables científicos que valoren la apertura,
la interrogación
permanente, la duda, la discusión libre sin la cual no habría
investigación, ni en el espíritu ni
en la forma. ¿No tiene el investigador la misión de explorar
diferentes caminos, en ocasiones
peligrosos? Ahora bien, la rigidez estructural, la obediencia a
dogmas, la deificación de la
razón frente a la sinrazón empujan hoy día al conformismo normativo,
causa de retrocesos y
abandonos, en ocasiones dramáticos, y no solamente en el campo
científico.
No queremos tomar parte en el debate científico. Abogamos por la
libertad de investigar,
es decir, de pensar, por el derecho a la "herejía". No debe ser en
lo sucesivo tan fácil acallar
los hechos, las ideas y a los hombres que molestan".

Ante esta carta, Michel Rouzé, periodista científico famoso —entre
otros temas— por su
crítica a la homeopatía y la memoria del agua, hizo una serie de
comentarios muy acertados.
Para empezar, los trabajos de Benveniste sobre disoluciones no
habían sido declarados
"heréticos" por nadie. Ningún responsable de investigación había
utilizado jamás tal palabra,
contraria al espíritu científico tanto como la "deificación de la
razón frente a la sinrazón". "El
espíritu científico -dice Rouzé- se opone al dogmatismo. Ignora la
noción de una verdad
absoluta, que no pertenece sino al terreno de la religión. Todo
nuevo resultado, toda teoría
presentada para explicar este resultado exige mayor investigación y
experimentación.
Constatar que los resultados anunciados no son reproducibles no es
condenar una herejía.
Contrariamente a lo publicado en Le Monde —prosigue Rouzé— los
experimentos en los que la
"memoria del agua" ha podido ser supuestamente observada han sido
realizados por amigos y
colaboradores de Benveniste. Los demás han dado resultados
negativos."

Por otro lado, hay que respetar el derecho y la libertad de
investigación, siempre que los
métodos utilizados entren dentro de lo éticamente aceptable. Pero si
aceptamos acríticamente
todos los resultados, y los publicamos como ciertos antes de
haberlos verificado, cometemos
un grave error científico. Como en el resto de las pseudociencias,
¿quién es aquí el dogmático?
¿quien niega que haya pruebas suficientes para demostrar un
fenómeno, e impide la
publicación del mismo por las repercusiones que pueda tener, o quien
se empeña en llamar
"ayatollah de la ciencia" —como hizo públicamente Benveniste— a todo
aquel que no "cree" en
la "memoria del agua"?

El caso Benveniste fue célebre en su momento, sigue siendo citado en
la literatura, y no
deja de ser un botón de muestra de la forma de actuar que se tiene
en ciertos círculos. Su
intento de justificar teóricamente la homeopatía quedó en mero
intento, y hoy día sus
argumentos no son aceptados por ningún miembro de la comunidad
científica, o al menos por
ninguno que no esté pagado por algún laboratorio homeopático.

Lo que se expone a continuación es un ejemplo muy concreto de un
producto homeopático
frecuentemente utilizado hoy día. Su justificación teórica y la
forma de prepararlo hablan por sí
solas. El apartado pertenece a un artículo publicado por Victor J.
Sanz en el número 38 de LAR
(Abril, 1996)

Un ejemplo:
el oscillococcinum

Hay cosas que deben decirse de golpe, sin previo aviso: El
oscillococcinum es una disolución
infinitesimal constituida por autolisado filtrado de corazón e
hígado de Anas Barbariae (pato de
Barbaria) con excipiente de sacarosa y lactosa.
Tras esta fórmula casi cabalística, que iremos desbrozando, se
esconde un preparado
homeopático que está indicado, según el laboratorio que lo elabora
(el inevitable Boiron), para
combatir la gripe y los "estados gripales", ya sea como preventivo o
como curativo, variando la
posología según el caso. Estas aplicaciones terapéuticas vienen
avaladas, desde hace tiempo,
por un estudio a doble ciego realizado durante la epidemia de gripe
en el invierno de 1986-87
por dos médicos grenobleses. El análisis global de los resultados,
tras 48 horas, dio un 10,3%
de curaciones en el grupo placebo, contra un 17,1% en el grupo
tratado con oscilococcinum.
De ese estudio hablaremos más detenidamente en párrafos posteriores.
La revista Mundo Científico (La Recherche), nº 131, enero de 1993,
publicó la noticia como
si se tratara de un hecho importante en el ámbito médico-científico.
Mundo Científico,
recordemos, es una firme defensora de la Homeopatía y otras
pseudomedicinas.
El descubridor de esta maravillosa pócima fue Joseph Roy (1891-
1878). Ejerció como
médico militar durante la Primera Guerra Mundial. Asistió, entonces,
a la terrible epidemia de
gripe de 1917 creyendo descubrir en la sangre de las víctimas un
microbio constituido por dos
granos (cocos) desiguales y animado de un rápido movimiento
vibratorio, de ahí el nombre que
le da: oscilococo (oscilocoque). Además, el microbio observado es
polimorfo, ya que se puede
encoger hasta llegar a ser un virus en los límites de la visibilidad
(con los instrumentos de la
época). Pero cuando envejece se agranda, llegando a aparecer un
tercer e incluso un cuarto
grano (coco). Características todas ellas muy interesantes para un
microbio que...¡no existe!
Se trata de la versión microbiológica de los canales y oasis
marcianos de Percival Lowell.
Pero esto último es un pequeño detalle que no arredra a un homeópata
que se precie. Y así,
el oscilococo no es sólo el microbio de la gripe, pues Roy lo
detecta también en la sangre y en
los tumores cancerosos, en los chancros sifilíticos, en el pus de
los blenorrágicos, en los
pulmones de los tuberculosos, en los enfermos que padecen eccema,
herpes, reumatismo
crónico, e incluso en sujetos aquejados de infecciones agudas, tales
como paperas, varicela y
rubeola. ¡Otro buen récord para un germen que brilla por su
ausencia! Pero estas divagaciones
gratuitas de Roy les vinieron de perlas a aquellos que por entonces
rechazaban las teorías de
Pasteur, según las cuales las enfermedades infecciosas son debidas a
gérmenes específicos. A
este animado coro de extravagantes personajes se unen los
homeópatas, para quienes las
enfermedades no se caracterizan y distribuyen según sus causas, sino
sólo según sus síntomas.
Las causas, aclaremos, tienen poco interés para los homeópatas,
puesto que ellas no
intervienen en la elección de una terapéutica.
Ya sólo le queda a Roy poner en práctica las técnicas homeopáticas,
es decir, poner a punto
un tratamiento "eficaz" en las enfermedades en las que el propio
descubridor cree detectar la
presencia masiva de oscilococos, principalmente del cáncer. Y
siguiendo el dogma
hahnemanniano, este tratamiento deberá partir del oscilococo mismo.
Ahora bien, dado que el
oscilococo se encuentra en casi todas la partes del organismo (o
sea, en ninguna), ¿cuál de
ellas elegir para fabricar el remedio homeopático anticanceroso?
Aquí se plantea un misterio aún no resuelto. En efecto, Roy decide
obtener su bien amado
oscilococo en el hígado y el corazón de los patos de Barbaria. Mas
en ninguno de sus escritos
da razón de esta decisión. Para algunos (según Nicole Cure,
historiador de los trabajos de Roy),
se debe a que el pato es una de las reservas naturales del virus
gripal (pero hay que tener en
cuenta que los trabajos que corroboran esto datan de 1974, o sea,
medio siglo después de los
de Roy, por lo que esta suposición es inaceptable). Para otros, los
oscilococos del pato habrían
sido elegidos por su analogía con los bacilos tuberculosos de otras
especies de aves, que no
son peligrosas para la especie humana. Sin embargo, las verdaderas
explicaciones para esta
elección son de carácter netamente mágico, como veremos a
continuación.
Tenemos ya el origen del nuevo remedio, bautizado como
oscillococcinum, que sería el
oscilococo latinizado, pues es de sobra conocido que los productos
homeopáticos son más
eficaces con sus nombres en latín. Consignemos ahora el modo de
preparación siguiendo las
sabias directrices dadas por el propio Joseph Roy en 1925.


En un recipiente de un litro se pone, "en condiciones rigurosas de
asepsia" una mezcla de
jugo pancreático y de suero glucosado. A continuación se decapita un
pato de Barbaria del cual
se extrae el hígado y el corazón. Pregunta (que ya nos hacíamos
anteriormente): ¿por qué no
otros órganos? Respuesta:
-Respecto al corazón, podemos suponer que él es en la tradición
cultural occidental el centro
de la vida, y, además, él es el que hace circular la sangre en la
cual se encuentran
profusamente los oscilococos.
-Respecto al hígado, el propio Roy nos ha dejado un comentario muy
revelador sobre su
arcaica forma de pensar: "... los antiguos veían en el hígado un
lugar de sufrimiento más
importante que el corazón; sentimiento profundamente justo; es a
nivel del hígado en donde
se realiza la modificación patológica de la sangre, es allí donde la
cualidad de la energía de
nuestro músculo sanguíneo se transforma de una manera duradera, unas
veces leve, otras
grave".
Dichas estas doctas palabras, sigamos con la formulación del
preparado. Para lo cual
añadimos a la mezcla ya preparada, entre 35 y 37 gramos de hígado y
15 gramos de corazón
de los susodichos patos. A continuación ponemos todo ello
en "incubación" durante 40 días,
pasados los cuales, las vísceras del pato son "autolisadas", es
decir, los tejidos se
descomponen ellos mismos sin contaminación de origen externo. El
autolisado filtrado
constituye el origen a partir del cual se prepara el remedio, a
saber: la 200 dilución
korsakoviana, que equivale, aproximadamente, a la séptima dilución
centesimal (7 CH). He ahí
el oscillococcinum expendido en nuestras farmacias. Es ahora cuando
comprendemos el alcance
y valor del insigne descubrimiento anunciado con escueto rigor por
Mundo Científico, así como
por otros compañeros de viaje (homeopático) que después nombraremos.
En el oscillococcinum, Roy había visto un remedio contra el cáncer y
contra la gripe, e
incluso —como vimos— para muchos otros procesos patológicos que
forman parte del conjunto
que Hahnemann había dado el nombre de psora (sarna). Sin embargo, el
oscillococcinum
expendido en las farmacias ha abandonado todas estas indicaciones
(las que no interesan por
su clara exageración fraudulenta) reteniendo sólo las de la "gripe"
y los "estados gripales"; en
ambos casos el éxito está asegurado por cualquiera de estos
mecanismos:

1.- Efecto placebo.

2.- Curación espontánea, que es lo propio —la mayoría de las veces—
en estos procesos.

3.- Evitando tratamientos intempestivos y perjudiciales con
antibióticos (que nada hacen
contra los virus) y anti-inflamatorios.

Debemos hacer aquí un inciso importante. El oscillococcinum es un
remedio homeopático
curioso, ya que no ha sido sometido a la "experimentación
patogenética", fundada, como
sabemos, en la ley de similitud o analogía, que es la base de la
Homeopatía. Dicho en otras
palabras, el oscillococcinum no se ha administrado a sujetos sanos
para verificar que él
provocaba en estos últimos los mismos síntomas de la gripe. La
creencia en su eficacia reposa
únicamente sobre la tradición. Ahora bien, este proceder tradicional
no es raro en Homeopatía,
puesto que los "experimentos patogenéticos" (según la jerga habitual
de los homeópatas)
causarían risa en cualquier revista medianamente seria, al margen de
las implicaciones éticas
que ello conllevaría (pues en el fondo se trata de
producir "enfermedades" en el hombre sano,
tal y como mandan los cánones homeopáticos). ¿Se imagina alguien un
ensayo clínico
consistente en administrar penicilina a un sujeto sano, en dosis
progresivamente crecientes,
¡hasta producirle una neumonía o una gonococia!? Para evitar
ridículos de esta clase es por lo
que los resultados obtenidos con las sustancias homeopáticas se
toman tradicionalmente de la
llamada Materia Médica Homeopática.
El truco actual consiste, entonces, en hacer un ensayo clínico
(éste, ya sí, siguiendo la
metodología científica estándar) con los resultados anteriores
procedentes, como acabo de
decir, de la tradición, es decir, de las locuras como la de Roy,
cuyo compendio es la
mencionada Materia Médica Homeopática. Si el ensayo resulta dudoso o
ligeramente positivo
(debido a algún defecto, pues no olvidemos que un ensayo clínico no
es sino un estudio de
correlación estadística fácilmente amañable), el éxito está casi
asegurado (gracias a la
propaganda, revistas sensacionalistas, etc.), el círculo se cierra y
el engaño es perfecto
(falsamente avalado por la mismísima Ciencia).
Un buen ejemplo de estudio defectuoso que sirve de coartada o
tapadera científica a las
pretensiones homeopáticas es el que comentábamos al principio de
este apartado. Vamos,
pues, a analizarlo más detenidamente y ver así cómo se fabrica un
éxito homeopático. El
ensayo se realizó con 487 pacientes tratados a domicilio por 149
médicos de cabecera durante
la epidemia de gripe acaecida en el invierno de 1986-87 en la región
de Rhöne-Alpes. El
protocolo es aparentemente riguroso; enfermos repartidos en dos
grupos de forma aleatoria,
uno de los cuales recibe el oscillococcinum y el otro un placebo
(sustancia falsa imitando al
medicamento), todo ello utilizando el procedimiento de doble ciego
(ni el médico ni el paciente
saben si el envase contiene el preparado homeopático o el placebo).
Después de 48 horas de
tratamiento se evaluaron los datos y el resultado fue de un 10,3% de
curaciones en el grupo
placebo, frente a un 17% en el grupo tratado con escillococcinum,
tal y como adelantábamos al
principio del artículo. Para los autores del ensayo el resultado es
estadísticamente significativo
a favor del tratamiento homeopático. Ahora bien, como nos recuerda
J.J. Aulas, para que la
diferencia observada se pueda asociar rigurosamente a la acción del
producto medicamentoso y
no al azar en una distribución de los pacientes entre los dos
grupos, habría que tener la certeza
de que los dos grupos eran de partida estrictamente comparables,
sobre todo en lo que se
refiere al germen causante, puesto que de él van a depender la
intensidad, la duración del
cuadro clínico y la curación del mismo.

Todo el mundo sabe —nos dice Michel Rouzé a propósito de este caso—
que habitualmente
las fronteras de la gripe están muy mal definidas. "Tengo gripe",
afirma mucha gente cuando
sólo tiene un catarro y dolor de cabeza. Es por eso que los propios
médicos prefieren hablar de
"estado gripal" (o "proceso gripal", o "síndrome gripal", etc.),
término que compromete poco el
diagnóstico, y que es, precisamente, el que aparece en los anuncios
publicitarios del
oscillococcinum que adornan los escaparates de las farmacias. En el
ensayo realizado en la
región de Rhöne-Alpes, los griposos se definían por tener una
temperatura rectal igual o
superior a 38º C, y por lo menos dos de los siguientes síntomas:
dolores de cabeza, rigidez,
dolores lumbares y articulares y escalofríos. Sin embargo, esto no
es suficiente para postular
que los pacientes estaban afectados por la misma enfermedad (por el
mismo virus productor,
pues de él depende, repetimos, la intensidad y curación de los
síntomas) y, por tanto, que los
dos grupos formados por distribución aleatoria fueran estrictamente
comparables. En efecto,
prosigue J.J. Aulas, durante una epidemia calificada "de gripe", tal
como se definía en el
ensayo, pueden ser varios los virus responsables, cada uno con un
poder patógeno diferente y
con la capacidad de provocar estados febriles más o menos largos
(variables). Ahora bien,
durante esta experiencia no se realizó ninguna investigación sobre
los virus (estudios
virológicos) causantes de los síntomas gripales observados en los
diferentes pacientes. En
consecuencia, no es riguroso afirmar que la diferencia constatada
entre ambos grupos (17,1%
para uno y 10,3% para otro) deba ser atribuida a los diferentes
tratamientos (oscillococcinum y
placebo, respectivamente) dado que puede provenir de una
distribución diferente de los virus
patógenos en el seno de los dos grupos.
Al llegar a este punto, quizás alguna mente inquisitiva se pregunte
lo evidente: ¿Por qué
utilizar tanto oscilococo, hígado y corazón de pato, y no bacterias
y virus (de la gripe, del SIDA,
etc.) que son los responsables de las enfermedades aludidas, y que,
además, sabemos con
certeza que administrados de determinada forma (vacunas) son capaces
de estimular el
sistema inmunológico (defensas específicas)? La razón es,
precisamente, el fundamento mismo
de las Pseudomedicinas.
Para la Homeopatía y demás Pseudomedicinas, las causas de las
enfermedades no son las
mismas que las que investiga y descubre la Medicina Científica, a lo
más, sólo participan como
coadyuvantes, sólo son comparsas en la producción de las
enfermedades. Incluso, en el colmo
de la desfachatez, llegan a afirmar que ellas son las únicas que
tratan causalmente las
enfermedades, mientras que la Medicina Científica sólo trata los
síntomas (además de ser
agresiva, antinatural, etc.). Pero esto es como si en Física, en vez
de explicar los movimientos
planetarios por la fuerza gravitatoria (y sus correspondientes
leyes), los explicáramos por
causas diferentes que nadie ha podido mostrar, por ejemplo,
por "fuerzas angélicas", y en
torno a ellas, inventásemos una "física alternativa", de la cual la
Física (científica) sería una
especie de apéndice (Nadie piense que esta tontería que acabo de
decir está muy lejos del
pensamiento de algunas personas, ya que la Astrología se aproxima
mucho a la "física
angélica", y los creyentes en ella son multitud).
Pues bien, si las Pseudomedicinas utilizaran preparados a base de
virus de la gripe o de la
polio, estaríamos nuevamente ante la mal llamada "medicina oficial",
es decir, ante la
Microbiología y la Farmacología (por citar dos especialidades
relacionadas con el caso) y, en
consecuencia, los homeópatas y demás fraudulentos no aportarían ni
ofrecerían nada original
respecto a la Medicina Científica. Las Pseudomedicinas necesitan
entonces desmarcarse,
diferenciarse en algo, y, para ello, sacan a colación los supuestos
métodos y conocimientos
"nuevos", "alternativos" o "complementarios", para así,
respectivamente, crear una medicina
"nueva", "alternativa" o "complementaria" con sus correspondientes
médicos
(pseudoespecialistas) "nuevos", "alternativos" o "complementarios".
Pero, -y aquí está otra de
las claves del asunto-, a la vez que se desmarcan, no lo hacen
totalmente, para lo cual guardan
analogías y utilizan datos de la "medicina oficial" que les sirve de
coartada y escudo a sus
elucubraciones, o sea, para hacerla creíble y entendible.
Posteriormente a la noticia de Mundo Científico que estamos
criticando, otras revistas (Tu
salud, nº 34, septiembre de 1995, y Quo nº 3, diciembre de 1995) se
han hecho eco de las
bondades del oscillococcinum, pero incluso con menos rigor y más
descaro.
A este respecto, el lector debe saber que la bibliografía que
habitualmente maneja el médico
científico sobre la gripe (a diferencia de las revistas mencionadas)
no da noticia de sustancia
antivírica alguna que sea capaz de curarla (al menos por ahora). Lo
más que actualmente se ha
logrado es aliviarla o prevenirla, y siempre con resultados muy
limitados. Tal es el caso de
sustancias como la amantadina y sus derivados, o la vacunación
específica estacional. Esta
última con resultados muy desiguales, debido al hecho de que el
virus gripal se caracteriza por
su rápida y pertinaz mutación, lo que le hace sumamente escurridizo
a la acción de las
vacunas. Pero estos "detalles" de la "medicina oficial" no son
impedimento para el
oscillococcinum, que tras "equilibrar la fuerza vital del organismo
produce una inmunización
homeo pática que acaba con el pernicioso virus sin importar
mutación que sufra o cepa a la
que pertenezca". Lo curioso de la sandez que acabo de decir (en el
entrecomillado) es que hay
médicos formados científicamente que se la creen, lo que pone en
duda el sistema educativo
universitario y la integridad neocortical de algunas personas.
Si, por otra parte, fuera cierta la efectividad antivírica que se le
atribuye al oscillococcinum,
no sólo los laboratorios homeopáticos, sino el resto de la industria
farmacéutica se hubiera
hecho cargo de esa maravillosa sustancia para comercializarla y,
así, ganar suculentos
dividendos (el capital no hace ascos ni a la Homeopatía ni a
cualquiera otra de las
Pseudomedicinas si ellas reportan los suficientes beneficios). Y no
digamos nada del Ministerio
de Sanidad, de la Seguridad Social y de las empresas que anualmente
tienen que soportar
ingentes gastos (en horas de trabajo perdidas, vacunas administradas
y medicación
sintomática utilizada) por culpa del virus gripal. A buen seguro que
harían campañas para la
utilización del oscillococcinum. Nos encontraríamos, en suma, ante
un "boom" sin precedentes
en la Medicina de nuestro tiempo. ¿No parece extraño que algo tan
importante pase
desapercibido a las entidades señaladas anteriormente y, lo que es
peor, que al pobre y
griposo autor de estas líneas no le produzca efecto cuando lo
utiliza?

Homeopatía hoy

En la actualidad existe una fuerte presión por parte de laboratorios
y médicos homeopáticos,
tanto en nuestro país como a en el resto de Europa, por obtener el
reconocimiento del sistema
desarrollado por Hahnemann en el siglo XIX para el tratamiento de la
enfermedad. Las
presiones del lobby homeopático son, curiosamente, a nivel político
tratando de saltarse los
controles de calidad científicos (Wim Betz, 1995, comunicación
privada). Hay que señalar que
los medicamentos homeopáticos no cumplen los mismos controles que
los fármacos —aunque
se distribuyan como tales—, siendo este doble rasero lo que permite
la aparición de engaños y
fraudes como los denunciados por el National Council Against Health
Fraud (William Jarvis,
1995). Así, la FDA norteamericana no exige a los productos
homeopáticos la eficacia
comprobada que se exige a otras drogas. El creciente poder que va
adquiriendo la industria
homeopática —cuyos productos son bastante caros, lo que reporta
pingües beneficios—
permite que se evite la discusión científica y se pase directamente
a la busca de un
reconocimiento legislativo —que se viene observando desde hace
algunos años en la Unión
Europea—.
La razón a tal comportamiento estriba en los principios cardinales
en que se asienta, y que
incluyen que (1) la mayoría de las enfermedades son causadas por un
desorden infeccioso
llamado psora; (2) la vida es debida a una fuerza espiritual que
directamente determina la
salud del cuerpo; (3) toda sustancia capaz de provocar ciertos
síntomas en el hombre sano es
capaz de curarlos en el hombre enfermo, y viceversa, para curar una
enfermedad cualquiera es
necesario utilizar una sustancia medicinal capaz de originar sus
mismos síntomas (Ley de la
Analogía); (4) las sustancias curativas son tanto más efectivas
cuanto más diluidas se
encuentran, dilución que no puede realizarse de cualquier manera
sino de una forma muy
particular —potenciación— (Ley de las Diluciones Infinitesimales).
Estos principios, establecidos
por Hahnemann y que son aceptados como dogmas por los homeópatas,
contradicen
abiertamente los principios de la física, la química, la
farmacología y la patología. La
homeopatía tiene todas las características de una secta —según el
DRAE "conjunto de
seguidores de una parcialidad religiosa o ideo lógica"— y de un
culto —"honor que se tributa a
lo que se considera divino o sagrado"—. En ningún momento los
homeópatas han planteado
una revisión de los principios establecidos por su fundador, a quien
profesan un fervor casi
religioso. La homeopatía, fundada cuando la práctica médica
consistía en sangrías, purgas,
vómitos y la administración de drogas altamente tóxicas, no ha
evolucionado. Las ideas básicas
de Hahnemann no han sido analizadas, revisadas o expurgadas a la luz
de los nuevos
descubrimientos que se han ido realizando en el campo de la
biología, la bioquímica, la
patología o la química. Atendiendo a la historia de la medicina, es
muy sospechoso que los
principios homeopáticos no hayan sido puestos en tela de juicio y se
los considere casi como
leyes fundamentales de la naturaleza.

El componente mágico de la homeopatía

El problema de fondo es que se confunde la Medicina Clínica con el
conjunto de la Medicina.
La Medicina Clínica es puramente práctica; no es una ciencia sino
una serie de técnicas
destinadas a tratar la enfermedad que se encuentran subordinadas a
la Patología y otras
ciencias básicas. Por eso el médico clínico no necesita conocer ni
la estructura ni el mecanismo
de acción de los diferentes fármacos para administrarlos. Esto lo
convierte en un blanco
perfecto para terapias que no poseen un sustrato teórico bien
fundamentado o, simplemente,
que carecen de él, como es el caso de la homeopatía. Su
comportamiento puede resumirse en
la frase 'lo uso porque funciona'. Por eso, los 'éxitos' de la
homeopatía son clínicos, no
patológicos. Su anatomía, fisiología y patología son divagaciones de
carácter mágico. Su
eficacia se reduce a casos muy concretos donde las causas de tal
éxito no han sido claramente
dilucidadas. Uno de los argumentos utilizados es que si un
determinado experimento da
resultados positivos, entonces la homeopatía en su conjunto es
cierta y, por ende, también su
causa explicativa. Pero no puede darse este discurso lógico y el
experimento no dejará de ser
un mero dato empírico hasta que no se haya desarrollado una
explicación del mecanismo que
lo ha provocado. Y es aquí donde entra en juego la energía vital de
Hahnemann que los
homeópatas modernos han rebautizado con el nombre de 'potencial
reactivo del organismo'.
El vitalismo era, en el siglo XVIII, una de las maneras de entender
la enfermedad. La otra
era el descriptivismo. El debate del vitalismo ha sido una constante
en la historia de la biología
y es el fundamento último de muchas de las nuevas terapias que han
ido surgiendo a la luz de
ideologías tales como la Nueva Era. Para Hahnemann, la fuerza
vital "sostiene todas la partes
del organismo en una admirable armonía vital" (Organon, nº 9)
y "desde el momento en que le
falta la fuerza vital, no puede sentir, ni obrar, ni hacer cosa
alguna para su propia
conservación" (Organon, nº 10). "Sólo la fuerza vital desarmonizada
es la que produce las
enfermedades... Por lo mismo, la curación... tiene por condición y
supone necesariamente que
la fuerza vital esté restablecida en su integridad y que el
organismo entero haya vuelto al
estado de salud" (Organon, nº 12). Los homeópatas modernos no pueden
presentar este
discurso de su reverenciado maestro, por lo que trastocan los
términos y los rebautizan con
palabras asépticas semánticamente pero que poseen la misma carga
ideológica. Pues el
resultado es claro: sin estos principios la homeopatía se esfuma.
Así explica un homeópata
británico el vitalismo de su disciplina: "Hahnemann... es... un niño
en la era moderna de la
ciencia natural, un adepto en la química de su época... Pero todavía
puede mantener la firme
convicción de que una entidad vital inmaterial anima nuestro
organismo hasta la muerte
cuando puras fuerzas químicas prevalecen y lo descomponen... Esta
entidad vital que él
caracteriza como inmaterial, espiritual, y que mantiene sana la
armoniosa totalidad del
organismo, puede ser influenciada por causas dinámicas. ¿Cómo
intenta Hahnemann clarificar
esta idea? Llama la atención sobre fenómenos como las influencias
magnéticas, la luna y las
mareas, las enfermedades infecciosas y quizá la más importante
influencia de las emociones e
impulsos de los deseos en nuestro organismo" (Twentyman, 1982) Un
texto muy poético pero
totalmente absurdo.

Legislacion sobre homeopatía

En la actualidad, la legislación española regula los medicamentos
homeopáticos a través de
la ley del medicamento (25/1990) y el Real Decreto 2208/1994 sobre
medicamentos
homeopáticos de origen industrial.
De acuerdo con la ley del medicamento, todos los productos
homeopáticos quedan divididos
en tres grupos:
1.- Medicamentos de origen no industrial, fabricados como fórmulas
magistrales o
preparados oficinales.

2.- Medicamentos homeopáticos de fabricación industrial y
especificidad terapeutica.

3.- Medicamentos homeopáticos de fabricación industrial sin
especificidad terapéutica.

El primer grupo, formado por los medicamentos preparados de forma
específica por un
farmacéutico para un paciente concreto, de acuerdo con las
indicaciones del facultativo, son los
únicos realmente homeopáticos, en base a la doctrina homeopática de
Hahnemann. Los
preparados homeopáticos de fabricación industrial están, en
principio, reñidos con la teoría
homeopática, que sostiene que la diagnosis debe realizarse en
función de los síntomas, que son
de alguna forma "personales e intransferibles". Confeccionar, pues,
un preparado de carácter
genérico destinado al tratamiento de una afección concreta no tiene
sentido, como ya hemos
analizado en capítulos anteriores.
De acuerdo con la legislación, no obstante, este tipo de
preparados "personalizados" deben
cumplir los mismos requisitos que el resto de las fórmulas
magistrales; a saber: realizarse de
acuerdo con las prescripciones de un facultativo, y con la
manufactura o supervisión de un
farmacéutico. La única diferencia que se permite es que la fórmula y
metodología utilizada sea
conforme al Formulario homeopático recogido en la Real Farmacopea
Española, pero siempre
bajo la supervisión y responsabilidad del facultativo y del
farmacéutico.
En lo que respecta a los medicamentos homeopáticos de fabricación
industrial e indicación
terapéutica, es decir, aquellos fabricados y comercializados para
combatir una enfermedad o
síndrome concreto, la ley establece que se regulen a todos los
efectos bajo los mismos
presupuestos que las especialidades farmacéuticas, en lo que
respecta a restricciones,
controles, registros y comercialización.
Es aquí donde encontramos algunos problemas entre la legislación y
la realidad. Para las
especialidades farmacéuticas, tanto la ley del medicamento (25/1990)
como el Real Decreto
767/1993 sobre evaluación y autorización de los medicamentos,
establecen claramente que
deben ser eficaces para las indicaciones terapéuticas para las que
se ofrecen. (ley 25/1990,
art. 10, 1-b).
Sin embargo, todavía no existe ningún estudio clínico serio y
concluyente que avale la
eficacia de los productos homeopáticos.
Por otro lado, la autorización de una especialidad farmacéutica
exige la presentación, entre
otra documentación complementaria, de estudios referentes a la
toxicidad, farmacodinamia y
farmacocinesis de dichos medicamentos. Ninguno de estos aspectos
puede ser referido en un
medicamento homeopático. La toxicidad es nula siempre, salvo que
proceda del excipiente. La
farmacodinamia y la farmacocinesis de los productos homeopáticos se
desconoce por completo,
tal como hemos explicado anteriormente. Es imposible estudiar la
evolución, asimilación y
eliminación por parte del organismo, ni la interacción con el mismo
de ninguna sustancia
activa, pues los medicamentos homeopáticos carecen de sustancia
activa alguna.
De aquí podemos concluir que, siendo estrictos con la ley, no es
posible la fabricación
industrial y comercialización de productos homeopáticos con
especificidad terapéutica.
Si tales productos fueran registrados en otra categoría industrial
distinta de la de las
especialidades farmacéuticas, podrían ser comercializados, ya que en
tal caso sólo se exigiría
su no peligrosidad, pero deberían comercializarse sin especificidad
terapéutica alguna, ya que
ésta es exclusiva de las especialidades farmacéuticas autorizadas.
El último grupo de medicamentos homeopáticos está formado por
aquellos de fabricación
industrial sin especificidad terapéutica. Estos productos están
expresamente regulados a través
del Real Decreto 2208/1994.
Realmente, su categoría industrial y sanitaria coincide con la de
los productos dietéticos o
cosméticos, es decir, aquellos controlados por la Dirección General
de Farmacia y Productos
Sanitarios, pero que no son especialidades farmacéuticas. Sin
embargo, en este caso la ley
establece un espacio intermedio entre ambas categorías, reservado a
estos productos de
pretendida capacidad terapéutica, pero sin una indicación concreta.
Se les exigen, por un lado,
todos los controles sanitarios pertinentes que garanticen su
inocuidad. En lo que respecta a
etiquetado, sus condiciones son casi idénticas al caso de las
especialidades farmacéuticas, con
el añadido de indicar expresamente en el envase los
términos "Medicamento homeopático" y
"Sin indicaciones terapéuticas aprobadas".
Lo curioso de estos medicamentos es lo que se refiere a composición
y controles de eficacia.
Por un lado, con el fin de garantizar la inocuidad y seguridad del
preparado, se exige que la
máxima concentración de tintura madre en el preparado final sea 2CH,
o una parte en 10.000.
Eso permite que no sea necesaria la prescripción facultativa en
ningún caso, pues la presencia
de cualquier sustancia activa es insignificante, pero supone que el
legislador da por hecho que
la presencia de sustancia activa alguna es irrelevante en el
preparado.
Por otro lado, en lo que respecta al control de eficacia, el decreto
establece expresamente
que "se aplicarán los criterios generales y se seguirá el
procedimiento administrativo
establecido en el Real Decreto 767/1993, de 21 de mayo, excepto los
que se refieren a la
demostración de la eficacia terapéutica".
Es decir, que se puede fabricar y comercializar un preparado
homeopático sin tener que
justificar que sirva para algo, o incluso siendo conscientes de que
no sirve para nada.
Sencillamente, se trata de una forma de permitir la existencia de
tales medicamentos, con
un estatus particular distinto de cualquier cosmético, pero
exigiéndole los mismos controles
sanitarios. Si se les exigiera la misma eficacia que a las
especialidades farmacéuticas, habría
que prohibirlos por ineficacia. Si se los asimilara a los productos
cosméticos o dietéticos, no
tendría sentido su existencia comercial como "paramedicinas". Sin
embargo, es ése y no otro el
espacio que le reserva en este momento la legislación vigente.

La homeopatía funciona

Son muchos los casos que se cuentan de diagnósticos errados por
parte de médicos
titulados, que posteriormente han sido corregidos por terapeutas
alternativos, y entre ellos los
homeópatas. Igualmente, son muchos los casos de supuestas curaciones
de enfermos crónicos
o desahuciados, por parte de los homeópatas. Entrar en una análisis
concreto de cada uno de
estos casos es imposible, pero se pueden realizar una serie de
comentarios generales al
respecto.
En primer lugar, toda esta casuística no ha sido ni está siendo
examinada por medio de un
control estadístico serio, por lo que la mayoría de los casos que se
citan tienen como única
fuente el propio testimonio de los pacientes supuestamente curados.
Esta dinámica es muy
frecuente en todo tipo de terapias no aprobadas oficialmente, y ha
sido repetidas veces causa
de polémica.
Fue el caso de los magnetizadores de agua, cuya publicidad inundaba
los medios de
comunicación con testimonios personales que avalaban su validez.
Desde el primer momento,
particulares y entidades como ARP estuvieron denunciando este abuso
en medios de
comunicación y ante oficinas de consumidores. Estas últimas tardaron
más de un año en poner
el caso ante los tribunales, casi con el único argumento de la
publicidad engañosa, y el fallo
jurídico se dictó cuando las principales sociedades
comercializadoras habían sido disueltas.
Otro caso polémico basado en testimonios personales y avalado por
los medios de
comunicación fue el del supuesto médico Stephen Turof, quien realizó
gran número de
curaciones por imposición de manos ante las pantallas de Tele 5 en
un programa emitido en
verano de 1993. Una de las pacientes había sido supuestamente curada
de un glaucoma, y así
se declaró en el programa. Posteriormente se demostró la falsedad de
tal afirmación, y casi
todos los medios se hicieron eco del caso, denunciando el bochornoso
espectáculo ofrecido por
el programa y el canal televisivo que ampararon la emisión.
Cuando sólo existe ese tipo de argumentos, hay que ser muy cauteloso
y crítico a la hora de
examinar la veracidad de las afirmaciones.
Otro elemento a reseñar es el ya mencionado anteriormente. La
existencia de un
diagnóstico equivocado por parte de un médico de la sanidad pública,
que sea luego corregido
por un homeópata, sea o no médico titulado, no es un argumento a
favor de la homeopatía
como disciplina médica, sino en todo caso un argumento a favor de
ese terapeuta en concreto,
y sobre todo en contra del médico que erró el diagnóstico. Pero ese
problema debe ser
analizado y resuelto desde otra perspectiva, por la autoridad
competente y de acuerdo con los
mecanismos de regulación interna dentro de la sanidad pública y de
la organización médica
colegial. Quizá sea en este punto donde haya que examinar los
riesgos de la actitud de
corporativismo, muy extendida entre la clase médica en el caso de
errores de diagnóstico y
errores clínicos, pero ése es un trabajo que dejamos para quien
tenga competencia en ello.
De acuerdo con los defensores de la homeopatía, su terapia ataca a
la causa profunda de la
enfermedad, mientras que la medicina alopática u oficial es
meramente sintomática. Esto sería
en el mejor de los casos una verdad a medias, si suponemos que la
verdadera causa de las
enfermedades es un desequilibrio en la energía vital, energía ésta
que nadie sabe dónde radica
ni cómo fluye. Y digo que es una verdad a medias, porque la medicina
científica utiliza, en
ocasiones, tratamientos sintomáticos, pero no únicamente. Los
distintos tipos de tratamientos
se recetan en función del tipo de afección, de su gravedad, del
conocimiento empírico y
científico de sus causas y del de sus posibles remedios.
Pero si partimos del hecho de que la causa de las enfermedades no es
un desequilibrio en la
energía vital, sino que su origen está en agentes patógenos externos
o disfunciones concretas
de determinados órganos o sistemas, debidas a causas concretas,
independientemente del
conocimiento que se tenga de ellas, comprobaremos que no es la
medicina científica sino los
tratamientos homeopáticos los que actúan de manera puramente
sintomática.
En primer lugar, de acuerdo con los principios homeopáticos, el
diagnóstico de una
enfermedad se realiza en base a sus síntomas, y no a sus causas
primeras. Además, los
tratamientos son de por sí altamente indefinidos. Van orientados
normalmente a determinados
cuadros sintomáticos o a molestias indefinidas de carácter crónico.
En cuanto a los cuadros sintomáticos, sin infección conocida o
definida, se trata por lo
general de procesos con un ciclo temporal de evolución breve y
conocido, y que depende
básicamente del sistema inmunológico. En otros casos, estos cuadros
responden a problemas
psicosomáticos, de carácter depresivo o ansioso, cuya solución puede
no depender en absoluto
del producto homeopático en cuestión. Es además muy frecuente en
este tipo de procesos que
el paciente simultanee el tratamiento farmacológico con el
homeopático, en la creencia de que
el segundo acelera y potencia el efecto del primero, y atribuyendo
posteriormente la curación al
homeopático, en el cual tiene mayor confianza.
Por lo que se refiere a los problemas crónicos, éstos afectan por lo
general al ciclo del dolor.
Suele tratarse de problemas en las articulaciones, afecciones
reumáticas y similares. Resulta
frecuente en estos casos, sobre todo en dolores prolongados por
golpes o distensiones
musculares, que el médico haya recetado al paciente algún analgésico
más o menos fuerte,
que le produzca problemas gástricos y una sensación de cansancio y
decaimiento. Si, en esta
situación, abandona el tratamiento para seguir uno basado en
productos homeopáticos, el solo
abandono del analgésico elimina la sensación de apatía, hecho que
influye positivamente en la
ruptura del ciclo del dolor, máxime si el paciente cree en el
beneficio del producto homeopático
suministrado.
Todos estos casos, igual que otros muchos estudiados a fondo y que
no superan el índice
estadístico atribuible al efecto placebo, suponen ejemplos de
curaciones o mejorías
perfectamente explicables sin necesidad de suponer una relación
directa entre las mismas y el
producto homeopático suministrado. Es decir, no es necesario suponer
ni exigir que el producto
homeopático tenga por sí mismo capacidad farmacológica ni produzca
efecto fisiológico alguno.

Las pruebas a la homeopatía

Como todas las pseudomedicinas, la homeopatía no presenta ninguna
prueba de sus teorías,
mecanismos o hipótesis explicativas. La que más se acercó fue la
del 'caso Benveniste' ya
comentado. Las pruebas que manejan los homeópatas son ensayos
clínicos y no experimentos
de laboratorio o pruebas experimentales. Los únicos capaces de
establecer una relación causa-
efecto son estos últimos. Los ensayos clínicos sólo muestran
correlaciones estadísticas y tienen
un carácter probabilístico. En ocasiones pueden indicar por dónde
puede ir la causalidad, pero
no la demuestran. De hecho, las correlaciones estadísticas son
reversibles: que un ensayo
clínico muestre que la alergia desaparece tomando cierto preparado
homeopático también
puede interpretarse como que los que se curan de la alergia tienden
a tomar ese preparado.
Evidentemente, estamos analizando una cuestión puramente
metodológica. Aunque la
conclusión anotada pueda parecer descabellada, estadísticamente
hablando es igual de válida.
Sólo se establece la relación causal con el estudio de laboratorio.
De hecho, las correlaciones
pueden aparecer aunque no haya relación causa efecto entre los
fenómenos estudiados. Es
famoso un estudio que encontró una correlación entre el número de
cigüeñas presentes en
ciertas ciudades europeas y la tasa de nacimientos. A mayor número
de cigüeñas, más
nacimientos. ¿Debemos deducir que son las cigüeñas las causantes del
aumento de la
natalidad? Los homeópatas no pueden aducir como prueba de la validez
de su creencia meros
ensayos estadísticos. Por otro lado, se han realizado metaanálisis
sobre diferentes pruebas
homeopáticas, siendo el más reciente Kleijnen et al, 1991 (Brit.
Med. Journal) Aunque se
encontró que 96 de los 107 trabajos analizados daban la razón a los
presupuestos
homeopáticos —todos ensayos clínicos— la evidencia "no es suficiente
para establecer
conclusiones definitivas por la baja calidad metodológica de los
ensayos y por el papel
desconocido que ha podido jugar el sesgo de las publicaciones" —hay
que mencionar que casi
todos fueron publicados en revistas homeopáticas—. Aun así concluyen
que es legítimo seguir
investigando la homeopatía. El problema de estos metaanálisis es que
hacen aparecer efectos
significativos y, por tanto, merecedores de consideración, al
agrupar estudios clínicos poco
significativos, de evidencia poco convincente y de débil
argumentación. Lo cierto es que un
conjunto de evidencias poco fiables sigue siendo poco fiable. Por
otro lado, estudios publicados
en The Lancet o en el British Medical Journal, aunque positivos,
presentan resultados poco
significativos. Tienen todas las características de lo que Irvin
Langmuir definió como Ciencia
Patológica.
Otro argumento en defensa del "funcionamiento" de la Homeopatía
viene dado por la
suposición de que, en los estudios realizados con animales, no es
posible la manipulación ni el
efecto placebo. Sin embargo, lo cierto es que dichos estudios son
tanto o más manipulables
que los efectuados en humanos, y que el efecto placebo es
perfectamente constatable y
reproducible en los animales. Además, no debemos olvidar lo molesto
que es indagar en los
sueños y otras intimidades de las vacas ("locas" o "cuerdas"), las
ratas, los conejos o los
perros, algo absolutamente indispensable en los diagnósticos
homeopáticos y sus consiguientes
tratamientos (veterinarios, obviamente). Por último, recordemos la
taxativa prohibición de
Hahnemann sobre la experimentación con animales, lo que invalidaría,
desde un punto de vista
estrictamente homeopático, cualquier estudio de este tipo. Respecto
de los ensayos realizados
con niños, podíamos decir cosas similares, por lo que no aburriremos
al lector con los mismos
argumentos.
La homeopatía tiene un fundamento mágico —la fuerza vital—, sin base
experimental alguna
y contradictoria con los fundamentos básicos de otras ciencias
perfectamente establecidas. Sus
razonamientos son circulares y es una práctica automantenida: no
necesita del resto de los
conocimientos científicos para funcionar. Sus defensores utilizan
con profusión la falacia ad
hominem y presentan lo limitado del conocimiento científico como
coartada, pero parasitando
los nuevos conocimientos y descubrimientos realizados para
justificarse. De hecho, la
homeopatía no ha producido ningún avance significativo en el
tratamiento y/o curación de
ninguna enfermedad, ni ha provocado ningún nuevo concepto teórico de
cierto peso. Se
encuentra enclaustrada en los mismos principios declarados dogma de
fe por su fundador y
maestro. En algunos casos los homeópatas llegan a verse como
perseguidos, invocando las
figuras de Galileo o de Servet como argumento en favor de su
postura. Acusan a los críticos de
intransigentes y de inquisidores simplemente por señalar las graves
inconsistencias que se han
visto en este informe.

Un problema de método

Caben ahora algunas preguntas. Aun suponiendo que las curaciones
atribuidas a la
homeopatía se puedan explicar al margen de la propia esencia teórica
de esta disciplina, si los
tratamientos homeopáticos no conllevan efectos secundarios ni
iatrogenias, ¿por qué suponen
un problema? ¿no se puede dejar que existan sin más?
Ante estas preguntas, caben dos comentarios. En primer lugar, aunque
no sean demasiadas,
sí se han descrito iatrogenias en tratamientos homeopáticos. Así,
por ejemplo, en el verano de
1992 saltó a la prensa la noticia de que 21 argentinos fallecieron
como consecuencia del
consumo de un producto homeopático, un jarabe elaborado a partir de
Propóleos, y
comercializado por el laboratorio Huilen. En aquel caso, el
Propóleos había sido disuelto en
etilenglicol, en vez de serlo en etanol. El etilenglicol es letal.
Por otro lado, resultan muy frecuentes los casos de enfermedades
graves ante las que el
paciente, preocupado o molesto por una falta de mejoría, acude al
médico alternativo
abandonando el tratamiento prescrito inicialmente. Cuando más tarde,
en ausencia de mejoría
o tras una recaída, vuelve a su médico de cabecera o al
especialista, el abandono del
tratamiento ha resultado crucial, y se ha perdido un tiempo
precioso. Esta pérdida de tiempo,
en algunos casos, puede resultar fatal.
Pero, sobre todo, el problema de aceptar oficial o socialmente la
homeopatía, conlleva serios
problemas metodológicos, científicos y médicos, que a la larga
pagaremos todos. El problema
se puede plantear de la siguiente forma: Mantener terapias sin base
científica, como la
homeopatía, y aceptarlas como válidas, es un grave error
metodológico dentro de la
investigación científica, que puede suponer un freno y un retraso
grave en dicha investigación,
e implicar a la larga grandes sumas en inversiones y subvenciones.
Ya ocurrió con la unidad
200 del INSERM francés, así que no es algo nuevo ni descabellado.
La aceptación de la homeopatía supone un error metodológico, incluso
si consigue
curaciones, o precisamente más aún si consigue curaciones. Si, ante
determinados problemas
como los mencionados en el apartado anterior, y a los que la
homeopatía puede proporcionar
soluciones satisfactorias, suponemos que este tratamiento es el
correcto, bloqueamos un área
muy amplia e importante de la investigación médica, como es el
estudio de los mecanismos del
dolor, de la conexión psicosomática, de los mecanismos de influencia
de la mente y el estado
anímico en los procesos curativos y en la activación y bloqueo de
determinadas funciones
fisiológicas, neurofisiológicas o endocrinas.

Un ejemplo

En un estudio científico, y siendo rigurosos con el método —aunque
sólo en parte— podemos
establecer una teoría acerca de la combustión de los cuerpos.
Podemos tomar un tronco de
pino, y observar que arde con facilidad. A continuación, podemos
hacer lo propio con un
lapicero, con un poste telefónico, con un bate de béisbol, una chapa
metálica y un ladrillo. Una
hipótesis perfectamente aceptable de acuerdo con esta primera
experimentación sería suponer
que todos los cuerpos cilíndricos arden, y los que no son
cilíndricos tampoco son combustibles.
Atribuiríamos así la capacidad de combustión a una cualidad
puramente formal. El argumento
es, como he dicho, válido en principio de acuerdo con la
experimentación inicial, aunque no por
eso deja de ser claramente erróneo.

Sin embargo, el método científico exige continuar con la
experimentación y obtener una
justificación clara y convincente que explique el fenómeno
observado. De no hacerlo así,
nuestra hipótesis puede seguir siendo válida durante algún tiempo.
Si necesitamos
combustible, podemos seguir cortando árboles y quemando bates de
béisbol. Pero esta misma
hipótesis se volverá absurda y peligrosa si, amenazados de morir
congelados por una ola de
frío, tenemos como única reserva en nuestro almacén tablones de pino
rectangulares y postes
metálicos.

Aceptar la homeopatía, incluso dando por ciertos sus éxitos
clínicos, supone un error
metodológico, porque su base teórica y formal es totalmente
inaceptable, limita el avance
experimental y teórico, y restringe la investigación a un campo
puramente empírico sin
garantías de éxito. El único camino aceptable científicamente
consiste en analizar las supuestas
curaciones obtenidas por homeópatas, todas las curaciones por efecto
placebo y todas las
remisiones espontáneas de enfermedades. A partir de ellas, indagar
en los mecanismos
fisiológicos que subyacen a tales curaciones, analizarlos y
comprenderlos. Sólo con este
método estaremos en el camino adecuado para comprender el íntimo
funcionamiento del
organismo, y para estudiar y conseguir nuevas técnicas terapéuticas
rigurosamente científicas,
que no necesariamente impliquen altas inversiones en investigación y
comercialización de
fármacos.

El argumento Robin-Hood

De acuerdo con la leyenda, Robin Hood, el rey de los ladrones,
robaba a los ricos para dar a
los pobres a quienes los ricos robaban y agobiaban con sus
impuestos. Su figura era
reivindicada por el pueblo, y no sólo aceptada, sino públicamente
aclamada. Sin embargo, y
aunque su actuación se pueda considerar como éticamente justificada,
ningún estadista
moderno aceptaría la estructura sociopolítica en la que surge y de
la que surge el mito
robinhoodiano.
Todos estarán de acuerdo en que el problema inicial radica en la
estructura feudal y tiránica
imperante en el entorno. Rota esa estructura y reconvertida en un
sistema más justo, la figura
de Robin pierde su sentido. Su actuación puede ser una solución
provisional a un problema
concreto de injusticia social. Pero, en cualquier caso, no es LA
SOLUCION.

En el caso que nos ocupa, se acusa frecuentemente a la medicina
oficial, especialmente a la
sanidad pública, de ser impersonal y estar masificada, tal como
hemos analizado más arriba.
Ante ese problema, y ante el deseo por parte de los pacientes de
ser, al menos, correctamente
atendidos, surgen todo tipo de terapias alternativas. No hay que
olvidar que, para muchos
pacientes, especialmente los de carácter crónico, una necesidad
fundamental es la de ser
escuchados por un terapeuta que, de alguna forma, establezca una
cierta empatía con ellos. En
estos casos, consultas como la de un homeópata pueden ser, y de
hecho son una solución a su
problema concreto. Pero, en cualquier caso, ésta no es LA SOLUCION.

La aceptación

Respecto a la aceptación pública y social de la homeopatía, cabe
analizarla desde dos
perspectivas: la de los pacientes, y la de los profesionales de la
medicina.
Por un lado, son varios los colegios médicos que se inclinan a
regular la homeopatía como
especialidad médica. Entre ellos habrá quien lo haga convencido de
su validez como terapia.
Pero no hay que olvidar que en esta decisión se pone en juego el
enorme capital que mueven
las llamadas terapias alternativas, tanto en consultas como en
productos. Además, una vez
regulada como especialidad médica, cualquier homeópata no licenciado
en medicina podría ser
denunciado por intrusismo profesional, cosa que hoy no ocurre.
Por otro lado, una gran cantidad de nuevos terapeutas alternativos
son licenciados en
medicina que, ante el oscuro panorama profesional que se les
plantea, y teniendo en cuenta las
pocas plazas disponibles en el sistema MIR con relación al número de
titulaciones anuales,
deciden realizar un breve curso sobre el tema en cuestión y montar
su propia consulta,
consiguiendo en poco tiempo pingües beneficios.

En cuanto a la actitud de los pacientes, el problema es aún más
complejo. Sería preciso
hacer estudios tanto de tipo psicológico como sociológico. Algunas
ideas que nos ayuden a
centrar el tema podrían ir por aquí.

1.- Existe en la sociedad actual un temor y una angustia creciente
hacia problemas como el
dolor o la muerte. Ante el dolor, la medicina científica no está
siempre libre de "traumatismos",
y la analgesia y anestesia no siempre pueden ser absolutas. Las
medicinas alternativas ofrecen
siempre remedios inocuos, no contraindicados en ningún caso, sin
efectos secundarios... Esto
no siempre es verdad, pero siempre se vende así.
En lo que se refiere al miedo a la muerte, un paciente desahuciado
se agarra a un clavo
ardiendo, a cualquier persona o método que le proporcione una
mínimas expectativas. Mientras
la medicina científica evita garantizar una improbable curación, los
terapeutas alternativos no
rechazan normalmente este recurso, jugando con la esperanza y el
dinero del paciente. Esto
conduce a curiosas paradojas. En el caso de que suceda
espontáneamente una improbable —
que no imposible— curación, el paciente sanado atribuirá al
curandero —u homeópata— su
actual salud, reforzando la creencia de que el médico —aquél que le
dijo que probablemente no
sanaría— es un incompetente y un mal profesional.

2.- Aun inmersos en una civilización altamente tecnificada, vivimos
en una sociedad mágica.
Se teme a la ciencia y a la técnica, quizá porque no se las
comprende, y quizá alarmados por
las conclusiones de novelistas y cineastas de ciencia ficción. Se
acepta con más facilidad lo
inexplicable que lo explicable. Resulta más fácil creer que
comprender. La diferencia básica
entre la medicina científica y las terapias alternativas radica en
su filosofía, más que en su
efectividad. Estas terapias están íntimamente relacionadas hoy día
con movimientos filosófico-
espirituales, de carácter orientalista y "cósmico", dentro de la
llamada Nueva Era.
Por una parte, al menos desde el punto de vista científico, cuando
la salud y la calidad de
vida de una persona están en juego, no tiene sentido entrar en
espiritualismos baratos. No
estamos hablando de poesía.
Por otro lado, aunque no es el tema de este trabajo, todas estas
técnicas, filosofías y
movimientos espirituales promueven un modelo de sociedad irracional
y anticultural. Influido
por este modelo social, el individuo queda a merced de vanos
liderazgos que la historia ha
demostrado ser muy poco aconsejables para la humanidad.

Conclusión

La solución a los problemas que nos han llevado a esta situación
debería ir encaminada a
conseguir una medicina pública menos masificada y más humanizada.
Debería encaminarse
hacia un concepto que, capitalizado por los terapeutas alternativos,
tampoco es original suyo:
la medicina holística. Una medicina que trate al enfermo, y no sólo
la enfermedad.
Estas tendencias deseables suponen un doble problema. Por un lado,
exigen un incremento
en la dotación presupuestaria a la sanidad pública, cosa que no
siempre es posible por causas
económico-políticas. Por otro lado, exige cierto cambio de
mentalidad entre los profesionales de
la medicina, o una reestructuración de su trabajo profesional. Los
pacientes demandan un trato
más general y personalizado, mientras los avances en la medicina
científica exigen una cada
vez mayor especialización por parte de los profesionales de la
misma. Un proceso reduccionista
dentro de la investigación médica no siempre es fácilmente
compatibilizable con un ejercicio
clínico holista.
Lo cierto es que no es fácil encontrar un método adecuado para
conseguir el avance de la
medicina científica, y el abandono de otras pseudoterapias, sin
atacarlas frontalmente
mediante recursos legales. La organización escéptica holandesa
SKEPSIS estudió el tema y
elaboró una serie de sugerencias al respecto, como punto de partida
para un estudio más
riguroso. Estas sugerencias son:

1.- No parece muy útil hablar directamente con miembros del
Parlamento Nacional o del
Parlamento Europeo, dado que muchos votantes de los Estados Miembros
tienen todavía
confianza en la homeopatía.

2.- Parece útil solamente acercarse a los presidentes de
organizaciones tales como el Deutsche
Forschungs Gemeinschaft o el Instituto Max Planck, siempre que este
acercamiento esté
avalado por una literatura válida.

3.- La legislación sobre medicamentos en los Estados Miembros debe
seguir las directrices de la
Unión Europea. Las actuales reglas son más tolerantes con los
medicamentos homeopáticos de
lo que se considera deseable en Holanda, pero dado que muchos
Estados Miembros las
aceptan, poco se puede hacer contra ello.

4.- Resulta útil recoger informes críticos sobre homeopatía, pero no
se debe sobreestimar su
efecto. Nos referimos, por ejemplo, a la excelente tesis sobre
homeopatía de D.K. de Jong, que
no tuvo posterior influencia.

5.- La publicación de los resultados satisfactorios que algunas
personas creen haber tenido tras
someterse a un método homeopático parece surtir más efecto en la
comunidad que los
artículos explicando que los productos homeopáticos no tienen
efectos farmacológicos.

Han quedado presentados todos los elementos para el análisis, y ha
quedado suficientemente
clara la opinión de los autores y del colectivo al que representan.
Cualquier decisión al respecto
debe ser tomada por las autoridades políticas y sanitarias
competentes, aunque la solución no
es sencilla.
El único método perfectamente válido y deseable, como corresponde en
un estado
democrático, consiste en la formación e información del público en
general quien, en su
ignorancia, suele ser siempre el principal perjudicado.
Y, en cualquier caso, hay una idea que debemos tener siempre muy
clara.

LA UNICA ALTERNATIVA A LAMEDICINA ES UNA MEDICINA MEJOR.

Bibliografía complementaria.

Oscillococcinum. Le joli grand canard, Michel Rouzé. AFIS: nº 202,
marzo-abril Paris, 1993.
Homeopatía, ¿Ciencia o dogma? Lecomte. J.: Foro mundial de la Salud,
4:128-130, 1983.
MUY Especial. Invierno, 1996. Monográfico Medicina.
El agua bendita de la homeopatía. Angulo, L. LAR nº 15, Bilbao, 1990.
La Pseudomedicina. Slepetis, Aldo M. Fundación CAIRP, Buenos Aires,
1995.
La homeopatía, ¿es medicina? El Ojo Escéptico, 1. Buenos Aires, 1991.
Homeopatía. Conciencia 9, nº 104. Buenos Aires, 1992
Homeopatía: ¿una terapia para el porvenir? Vithoulkas, G. Foro
Mundial de la Salud, 4
115-118. 1983.
Tratado de Terapéutica y Materia Médica, A. Trousseau y H. Pidoux,
Madrid 1863.
Curso de homeopatía. T. Pascual, T. Ballester y R. Ancarola.
Miraguano Ediciones, Madrid,
1989
Twentyman, 1982, Royal Soc. of Health Journal. 102(5): pp. 221-225
Kleijnen et al, 1991 Brit. Med. Journal. 302: pp. 451-459
William Jarvis, 1995, Skeptic 3(1):pp. 50-57
La infección y su dinámica en animales superiores. Dualde Pérez, V.
Biología. Ed. ECIR.
Valencia, 1986. pp. 591-625.
Homeopatía. Último Balance. Michel Rouzé. LAR nº 20. Bilbao, 1991
Nota en torno a "Homeopatía, Último Balance" Victor J. Sanz. LAR nº
24. Bilbao, 1992
¿Es la homeopatía un fraude pseudocientífico? Miguel A. Lerma. LAR
nº. 12. Bilbao, 1989
Mieux connaître l'homeopathie. Michel Rouzé. Editions La Découverte.
Paris, 1989
Clinical trials of homoeopathy. Kleijnen J, Knipschild P, ter Riet
G. Br MedJ (1991) 302
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Artículos sobre ensayos clínicos

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